Momias célebres. La historia de los amantes de Teruel.

Diego

Han sido los cinco años más duros de mi vida, las batallas contra los moriscos casi  me han costado la vida en varias ocasiones. He andado cientos de kilómetros por caminos polvorientos, he sufrido sed y hambre y tengo cicatrices en casi todos los rincones de mi cuerpo. Pero nada me importa, y si lo tuviese que repetir, lo haría mil veces más sin dudar… porque por ella, el sacrificio no es más que el  destino que me acerca a sus dulces labios.

Mi nombre es Diego de Marcilla, y hoy, entro de nuevo en mi ciudad, Teruel, con la fama y la fortuna que me dieron todas las batallas en las que luché y vencí contra los moros. En mis alforjas traigo la dote para desposarme con Isabel, el único amor de mi vida, que prometió esperarme durante estos cinco años mientras reunía la fortuna suficiente que me pidió su padre para pedir su mano.

Mientras subo por la cuesta de la Andaquilla, en la iglesia suenan campanas de boda. Pienso que no es mal modo de entrar en Teruel, pues en pocos días, esas campanas sonarán de nuevo sobre nuestras cabezas mientras nos declaramos amor eterno.

Maldigo el día que le hice aquella promesa. Pobre Diego, por mi culpa partió a la lucha donde probablemente algún filo partió en dos su corazón.  Ahora pienso que no debí de darle esperanzas, de ese modo, pese a mi desdicha, en estos momentos seguiría con vida. Mi padre siempre quiso lo mejor para mí y para mi futuro y cuando le dijo a Diego que no tenía la suficiente dote para conseguir mi mano, los dos debimos de acatarlo.

Pero éramos muy jóvenes y faltos de razón, y tras mi promesa de que lo esperaría durante cinco años, el partió hacia un empresa imposible y que le habrá costado su vida. Hoy termina el plazo, pero la total ausencia de noticias suyas me hizo perder hace tiempo la esperanza de su vuelta. Como mujer de honor, le debo respeto a mi padre y debo de acatar sus deseos y casarme con ese hombre, que seguro que cuidará de mí y será un buen esposo. Que Dios y Diego me perdonen, pero la presión de mi padre ha sido muy grande durante estos años y por un solo día, yo, Isabel de Segura, incumpliré mi promesa.

La alegría de Diego se torna en total tristeza y desolación al enterarse que las campanas que ha escuchado al entrar en Teruel, eran las de la boda de su amada Isabel. Siente una mezcla extraña de sentimientos en su interior, en el cual el pesar y la rabia se mezclan a partes iguales. Necesita escuchar de labios de Isabel el porqué, quizás se olvidó de él, quizás todo lo que el sufrió durante estos años no sirvió para nada o, al contrario, todavía le quede una oportunidad. No puede esperar a conocer la respuesta, y cuando cae la noche, se dirige decidido hacía el nuevo hogar de los recién casados.

El esposo de Isabel duerme en el lecho exhausto tras un largo día de celebraciones, pero ella no consigue conciliar el sueño pensando que ya no hay vuelta atrás cuando siente que alguien coge su mano. Diego ha entrado con sigilo y la mira arrodillado junto al lecho. Los dos permanecen en silencio durante unos minutos contemplando sus rostros bajo la suave luz de la luna que se filtra por el gran ventanal. Una lágrima recorre la blanca mejilla de Isabel y cuando se dispone a explicarle a Diego lo sucedido, el posa sus dedos sobre los temblorosos labios de ella y le pide un beso como muestra de amor, un solo beso sincero para que su vida pueda continuar con algo de sentido. Isabel le niega el beso a Diego invocando la honestidad que le debe a su nuevo esposo y a su padre, y también a ella, pues pese a desear ese beso con toda su alma, el miedo a las consecuencias es mucho mayor.

Diego le pide por segunda vez ese beso como muestra de amor e Isabel se lo niega de nuevo y, tras esta segunda negación, Diego cae muerto sobre su regazo.

Entre sollozos de pura pena y dolor, Isabel le cuenta a su marido todo lo sucedido. Este, tras calmarla, coge el cuerpo sin vida de Diego y al amparo de las sombras de los pórticos, lo lleva hasta la puerta de la casa de sus padres.

Al día siguiente, las campanas de la iglesia vuelven a sonar, pero esta vez para anunciar a Teruel la muerte de D. Diego de Marcilla.

El féretro de Diego se encuentra en el altar de la iglesia, donde familiares y amigos velan en silencio el cuerpo, a la espera del  comienzo del funeral. El murmullo de los rezos tan solo se ve roto por el chirriar de la puerta, por donde entra una mujer con el rostro velado que camina con certeza hasta el altar. Una vez allí, descubre su rostro y se inclina hacía el de Diego para besar en silencio sus labios. Tras el beso, queda tendida sobre su pecho.

El funeral está a punto de comenzar y algunas mujeres se acercan para decirle a esta mujer que debe de apartarse del féretro. Pero esa mujer no responde, esa mujer es Isabel que yace muerta sobre el cuerpo de Diego.

El novel esposo de Isabel, relataría allí mismo ante todos los presentes la historia que la misma Isabel le había contado entre sollozos la noche anterior. Y nadie dudó de que los dos habían muerto de amor, del amor más grande y puro que jamás se había conocido en el lugar y, en honor a los dos enamorados, se decidió enterrarlos juntos  para que pudiesen pasar el resto de la eternidad en mutua compañía.

Estos hechos, relatados aquí sin excesivos detalles, acontecieron en el año 1217 en la ciudad de Teruel dando origen a la leyenda de los amantes. Diego (Juan Martínez de Marcilla según documentos históricos) y Isabel de Segura, vecinos desde la infancia y ambos de familias nobles, se amaron desde siempre. Diego era el segundo hijo de la familia, con lo cual, el primogénito era el designado como heredero. Al pedir Diego la mano de Isabel a D.Pedro de Segura, el padre de ésta, que se negó apoyándose en el tema de la dote, pues no sería Diego el heredero de la fortuna de su padre. Diego decidió partir a las batallas contra los moriscos para acumular la fortuna suficiente para poder casarse con Isabel, tras prometerle ella que lo esperaría durante cinco años. A partir de este momento, la historia acaba como habéis podido leer.

Pese a ser una leyenda, los hechos están bastante bien documentados con diferentes actas notariales de la época tras  varias exhumaciones de los cuerpos, que tras casi 800 años, se encuentran momificados con los mismos gestos con los que fueron enterrados. Los féretros de los amantes de Teruel son un punto de visita obligada para todo aquel que pase por tan peculiar y bonita ciudad. Hace unos años, los cuerpos fueron sometidos a distintas pruebas cronológicas que los dataron en los años en los que sucedieron los hechos, para acallar las bocas de unos cuantos escépticos que siempre pensaron que toda esta historia no era más que un cuento de viejas. Hay gente a favor y gente en contra, aunque no encuentro el motivo para intentar tirar por los suelos una leyenda tan bonita como esta.

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