Muertos vivientes, la realidad del mito zombie.

Esclavos de la magia negra

En muchas ocasiones hemos hablado en el blog sobre los muertos vivientes, esos seres putrefactos que caminan en el difuminado limbo existente entre la vida y la muerte y que tanto nos gustan por aquí. Siempre que hemos escrito sobre zombies ha sido en referencia a la literatura, el cine o derivados. Conozcamos hoy la cara real de los zombies; personas que una vez muertas y enterradas vuelven de nuevo a caminar en el mundo de los vivos por obra y gracia de los “Bokor”, o magos negros Haitianos.

 

La mayoría de nosotros al escuchar las palabras zombie y real, las relacionaremos al instante con vudú, magia negra, Haití y superchería africana. No si motivo, ya que Haití es el único país que recoge en su código penal el castigo contra la zombificación. El artículo 246 recoge como intento de asesinato la inducción en una persona, por envenenamiento o empleo de ciertas sustancias, de un estado letárgico similar a la muerte. Y si esta persona es enterrada, aunque después sea exhumada con vida, tal intento pasa a ser considerado asesinato.

El origen de estas prácticas en éste y otros países caribeños se pierde en la noche de los tiempos, se dice que estas prácticas fueron traídas por los esclavos africanos que fueron llevados allí en tropel durante las épocas coloniales, aunque la “especialización” en este tipo de magia negra para lobotomizar a sus víctimas es bastante confusa.

Las primeras informaciones documentadas se remontan a principios del siglo pasado. William Seabrook, publicaba en 1929 “La isla mágica”, donde afirmaba haber visto con sus propios ojos a los muertos trabajando en los campos de caña de azúcar. Más tarde, otros escritores como Lafcadio Hearn o la periodista Inez Wallace tratarían el tema más a fondo y sus reportajes darían origen a las primeras películas sobre el género zombie, como el clásico “Yo anduve con un zombie”, de Jacques Tourneur, rodada en 1943 y que daría a conocer algunos casos de estos zombies “auténticos”.

Ya en los años 80 llegaría el trabajo quizás más contundente y mejor documentado sobre los zombis hasta la fecha. Se trata de la publicación del estudio realizado por el etnobotánico Wade Davis, titulado en España como “El misterio zombi (Edit. Martínez Roca)”. El libro de Davis daría a conocer los casos de algunos zombis, como el famoso Clairvius Narcisse y las técnicas y drogas usadas por los bokors para conseguir la catalepsia temporal en sus víctimas. “La serpiente y el arco iris”, título del libro en otros países, fue llevada al cine por Wes Craven y continuó con un nuevo libro titulado “Passage of Darkness” en los que se profundiza más a fondo en los aspectos farmacológicos y antropológicos. La tesis planteada por Davis creó un gran revuelo entre la comunidad científica, con partidarios y detractores bien posicionados. No hay que pasar por alto en este punto que las farmacéuticas están más que interesadas en todo este asunto, ya que la búsqueda de un medicamento que mantuviera a los pacientes con las constantes vitales mínimas sin llegar a matarlos, sería la gallina de los huevos de oro. Los ejércitos pagarían una buena suma de dinero por tener en sus botiquines la pastilla milagrosa que mantuviese a sus heridos graves en estado de animación suspendida hasta el momento de poder ser “resucitados”.

Por el momento, los zombies están muy lejos de todos estos asuntos y simplemente han formado una especie de macabro subproletariado que ha servido a sus amos sin pedir nada a cambio al mismo tiempo que han sido utilizados como advertencia para aquellos que se han atrevido a desafiar a sociedades secretas y mafias que, a menudo en connivencia con el Gobierno, han ostentado el poder en secreto. Según distintas investigaciones, la zombificación también ha sido un castigo ejemplar que asociaciones políticas y criminales como la Vlinblindingue o la Bizango aplican a quienes se enfrentan a ellas o faltan a sus preceptos y extorsiones.

El polvo zombie

Davis y sus patrocinadores creían, acertadamente, que entre las fórmulas mágicas, los hechizos y sortilegios vudú, y los ungüentos y filtros de los brujos podía esconderse un secreto de extraordinarias posibilidades médicas.

Un excepcional anestésico capaz de limitar las constantes vitales del cuerpo hasta el límite de una muerte aparente, imposible de reconocer por ningún médico, y un antídoto que permitiese “revivir” al “muerto” en su tumba, provocándolo además una amnesia permanente y un estado alucinatorio constante, que lo convirtiese en un dócil, sumiso y obediente esclavo del bokor.

Lejos de ser producto de extraños sortilegios esotéricos, la zombificación es producto de una excepcional aplicación de la química natural por parte de los bokor. El polvo zombie es un compuesto elaborado a partir de un sin fin de productos de origen vegetal, animal y humano que, mezclados en su exacta proporción, producen el veneno más fascinante de la brujería afroamericana.

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Extractos de plantas, huesos humanos, tarántulas, sapos venenosos, gusanos y otros ingredientes no menos pintorescos forman parte de ese polvo zombie cuyo principal elemento radica en tetradotoxina contenida en el pez-globo.

Éste es el veneno de origen animal más potente que existe. Conocido ya en Japón, el pez-globo es un exquisito manjar que los cocineros nipones consideran un auténtico plato de lujo. Pero precisamente la mortífera toxicidad de los ovarios de las hembras, que solo un chef experto sabe identificar, ha provocado numerosos casos de muerte por envenenamiento en restaurantes japoneses.

Para crear un zombie, el brujo lo envenena con la mezcla tóxica. Se le puede administrar en la comida, o frotándola sobre la piel. Un método común es espolvorearla alrededor de la casa de la víctima, para que ésta, al caminar descalza, la absorba a través de la planta de los pies o la respire al levantar el polvo cuando barra.

La tetraodotoxina del pez globo es 1200 veces más potente que el cianuro, y en un sólo pez hay suficiente para matar a 30 hombres adultos. La piel de la rana común (Bufo bufo) también puede ser letal. Tiene efectos alucinógenos, vasoconstrictores y epileptogénicos, especialmente si la rana se ha sentido en peligro. Una rana que nade un rato en el plato del perro será suficiente para tener algún efecto en el animal que beba de esa agua.

La mitad del trabajo es matar a la víctima. La otra mitad es desenterrarla. En Haití, los muertos son inhumados rápidamente, puesto que el calor y la humedad aceleran el proceso de descomposición. El brujo debe desenterrar rápidamente a su nuevo esclavo antes de que muera por asfixia. Una vez desenterrado, el brujo les da a comer datura (Datura stramonium), conocida también como toloache, un potente psicoactivo en la dosis correcta, y un veneno letal en la incorrecta.

La datura rompe cualquier lazo que pudiera conservar con la realidad después de haber sufrido el trauma de ser enterrado vivo, enloqueciéndolo y borrando todos sus recuerdos. El zombie no sabe que día es, donde está, ni como se llama. Permanece en un delirio psicótico semiconsciente. Son vendidos como esclavos y se les vuelve a suministrar datura en cuanto den muestras de empezar a recuperar sus sentidos y se les mata definitivamente en cuanto se vuelven demasiado viejos para seguir trabajando.

Algunos casos de zombies

Clairvius Narcisse murió en 1962. Tras una sintomatología creciente, Narcisse ingresó en el hospital haitiano Albert Schweitzer, en Gonaives, un martes. Tenía nauseas, mareos, tos y respiraba con dificultad. Al día siguiente entró en agonía y poco después moría.
Su certificado de defunción está firmado por tres médicos de dicho hospital.

El cadáver de Narcisse fue enterrado y, con el tiempo, olvidado. Sin embargo, en 1980, –18 años después de morir- Clarvius Narcisse apareció en su antigua casa vivito y coleando.

Excepcionalmente, para los casos de zombies, Narcisse conservaba una cierta lucidez y la capacidad de expresarse, y pudo explicar cómo había estado consciente durante todo el tiempo que duró su muerte y entierro.

Contó que había escuchado a los médicos certificar su defunción. Había sentido la sábana cayendo sobre su cara al considerarlo cadáver. Había oído a su hermana llorar sobre su ataúd. Incluso conservaba aún una herida en la cara provocada por un clavo que atravesó la tapa del féretro rasgando su rostro. Y después el terrible silencio y la oscuridad del cementerio.

Después, escuchó la voz del bokor (el brujo vudú) pronunciando su nombre. Fue desenterrado y salvajemente golpeado, y después conducido a una plantación en Ravine-Trompette, en el otro extremo del país. Tras la muerte de su amo, todos los zombies habían escapado vagando sin rumbo por la isla.

En octubre de 1936 apareció una mujer desnuda caminando por el borde de la carretera en el valle de Artibonite. Decía llamarse Felicia Felix Mentor, natural de Ennery, y se dirigía a la casa de su hermano. Estaba en un estado tan miserable que fue conducida al hospital de Gonaives, en donde uno de sus hermanos la reconoció. De acuerdo con sus declaraciones había “muerto” dos años atrás y había sido enterrada. El certificado de defunción y las declaraciones de su marido, y otros miembros de su familia, confirmaron el relato. Felicia había perdido por completo la facultad de hablar y se escondía cuando alguien se le acercaba. No era capaz de pensar coherentemente

La noticia llegó a oídos de la doctora Hurston, quien visitó a la zombi en el hospital de Gonaives. Ahí logró fotografiarla, siendo ésta una de las pocas fotografías que se conocen de zombis.

“La mujer ofrecía un espectáculo horrible –escribió Hurston-, su cara estaba lívida, con ojos de muerto; los párpados blancos rodeando los ojos, como si se los hubiesen quemado con ácido. No se le podía decir nada ni oír una palabra de sus labios, sino sólo mirarla, y la visión de aquel desecho era demasiado para soportarlo durante mucho tiempo”.

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