Paraísos que fueron infiernos. La isla de Cabrera.

Náufragos condenados

En el mediterráneo, en el archipiélago formado por las islas Baleares, se encuentra un pequeño islote de unos dieciséis kilómetros cuadrados llamado Cabrera, o isla de las Cabras.

Este enclave, parque natural protegido y prácticamente deshabitado, es un paraíso para los amantes del buceo y de la naturaleza. La flora y fauna autóctona campa y crece a sus anchas sin más molestias que las de los turistas que pasean por los polvorientos caminos en los meses estivales. Lagartijas, conejos y aves marinas viven sin problemas bajo la suave brisa mediterránea.  Antiguos yacimientos de diversa índole delatan el paso de muchos pueblos por este lugar desde tiempos inmemorables. Pero este lugar paradisíaco tiene una historia negra y terrible tras de sí. Durante cinco largos años, este islote se convirtió en prisión sin muros y los huesos de diez mil franceses permanecen desperdigados entre sus rocas como recuerdo de los terribles sucesos que allí acontecieron.

Los hechos se remontan a los comienzos del siglo XIX. Tras la batalla de Bailén, unos nueve mil prisioneros franceses son conducidos al puerto de Cádiz. En el trayecto, muchos mueren a manos de los aldeanos que profesan en aquellas tierras un odio visceral hacia ellos. Los soldados españoles e ingleses, no hacen mucho para protegerlos y, garrotazos y pedradas merman el número de los prisioneros que llegan a Cádiz. En el puerto, son hacinados en grandes buques-prisión, donde la falta de higiene y la mala alimentación acaban también con muchos de ellos. A la espera de un lugar donde reubicar a estos presos y ante la presión de las gentes de Cádiz que nos los quieren cerca, los barcos zarpan hacia el Este con la intención de repartirlos en las islas del archipiélago Balear  a la espera de poder ser canjeados por prisioneros españoles en Francia.

Pero tal número de presos es un gran problema y los soldados ingleses tampoco los quieren demasiado cerca por miedo a las rebeliones o a el posible contagio de enfermedades. De este modo, en el verano de 1808, los siete mil presos franceses que han sobrevivido desde su captura, son desembarcados y abandonados a su suerte en el islote de Cabrera. Cárcel natural, donde las abruptas costas y la lejanía de las islas colindantes hacen prácticamente imposible la fuga.

Aquí comienza un verdadero calvario para los presos. Los pocos recursos de la isla se agotan con prontitud. Los soldados ingleses, que vigilan constantemente desde un navío a los presos, llevan cada cuatro días provisiones para su sustento. Pero las raciones no dan para todos y se desatan los más bajos instintos. Pronto desaparecen todos los animales susceptibles de ser comidos. Cabras, conejos y todo tipo de insectos y reptiles son cazados en apenas unos meses. De aquí se pasa a comer plantas y tubérculos, algunos de ellos tremendamente venenosos, como la patata de Cabrera, que provoca la muerte a decenas de personas. Las enfermedades contagiosas proliferan entre los franceses y los ataques de locura llevan unidos con el hambre voraz, desembocan en casos de antropofágia y canibalismo.

Se forman grupos en la isla. Los “Robinsones” que viven en las costas y se las apañan para sobrevivir de lo que sacan del mar. Los enfermos y locos que son obligados a vivir en la cueva de los Tártaros y los que, dentro de las posibilidades, conservan el raciocinio e intentan vivir de la forma más organizada y honrada. En este último grupo están los mandos que organizan la vida en el islote. Las escasas mujeres, una veintena, se prostituyen a cambio de comida, se puede decir que el precio no es alto dadas las circunstancias.

Algunos enfermos graves son llevados a hospitales de Mallorca, tras su recuperación son devueltos al islote donde cuentan los placenteros cuidados que han tenido. Esto desemboca en automutilaciones salvajes para poder gozar de esos mismos cuidados hasta que se corta por lo sano y ningún preso más es llevado a los hospitales. Incluso hay documentaciones en las que un soldado inglés, de vuelta al barco vomita, y acto seguido varios presos se abalanzan sobre el vómito para chuparlo y otros muchos, en los que los reos  se comían sus propias heces. En el límite entre la vida y la muerte, cualquier cosa es buena con tal de subsistir unas horas más.

Las esperanzas del intercambio o la deportación se desvanecen con el tiempo. Pasan los años y la población se estabiliza en cierto modo. En 1810, dos de cada cuatro prisioneros han muerto. El grupo organizado ha creado una especie de poblado donde se mercadea y se estudia e incluso se organizan pequeñas obras teatrales. Sacan sal y minerales de la isla, crean diferentes utensilios con madera que venden a los soldados ingleses a cambio de otros productos. El hambre está más controlado, algunas semillas se plantan y se consigue alguna col con la que preparar caldos. Pequeñas granjas de ratas garantizan algo de carne en los días de fiesta…

Pero la vida continua siendo dura allí, intentos de fuga producen castigos de los soldados ingleses. Se saltan las entregas de víveres y cientos de presos mueren de hambre. Tormentas y vendavales hacen desaparecer las casuchas y les obligan a comenzar de desde elprincipio. Nuevos presos llegan al islote desde Alicante para rellenar el hueco de los fallecidos.

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