Paseando por Pompeya

 Pompeya

“La oscuridad caía, no la oscuridad de una noche  sin luna o nublada, sino como si una lámpara se hubiese apagado en un cuarto cerrado” (Plinio)

Esta mañana, los 20.000 ciudadanos de la próspera  y bulliciosa ciudad romana y de la vecina ciudad balneario, Herculano, se afanan en sus tareas cotidianas, sin percatarse que la tragedia se está fraguando a 12 kilómetros de allí,  dentro del Monte Vesubio.

Este monte guarda un secreto desde hace más de 1.500 años…. es un volcán durmiente. A las diez de la mañana los primeros signos de su regreso a la vida se hacen notar. Pero, tanto los pompeyanos, como sus vecinos de Herculano desconocen todo lo que puede devenir.

Tanto es así, que en latín no existe la palabra Volcán.

En este caluroso verano, pasado el mediodía el Vesubio escupe una enorme y mortífera columna de roca, ceniza y gases sobrecalentados que se alza hacia el cielo, alcanzando unos 30 kilómetros de altura, proclamando, con ello, su presencia.

Y llegó…,

El magma hirviendo que había salido de las entrañas del Vesubio alcanzaba el cielo y se enfriaba, para dejarse caer sobre la ciudad en forma de piedra. Durante 18 horas, la  lluvia compuesta por rocas y lava solidificada en piedra pómez, caía a 180 kilómetros por hora destrozando sin distinción casas y vidas.

Los pompeyanos, aterrados ante semejante suceso, corrían sin saber a dónde dirigirse. El dilema estaba en huir arriesgándose a caer fulminados por alguna roca caída del cielo y a oscuras; o refugiarse en lo más profundo de las casas esperando que pasase el desastre.

No importa cuánto haya leído sobre Pompeya, nada le puede preparar para el sorprendente efecto de una de las ruinas más famosas del mundo. Es como si los antiguos romanos se hubieran ido ayer; las casas, las tiendas de vinos, los baños públicos y los burdeles que dejaron atrás son ventanas hacia la vida que floreció en esta próspera ciudad a los pies del Vesubio en los tiempos de los césares.

En el 79 después de Cristo, una de las más funestas erupciones volcánicas de la historia – referida por Plinio el Joven, que la observaba desde la distancia y que sobrevivió para contarla- enterró al pueblo bajo más de seis metros de ceniza que lo preservaría hasta que fue descubierto a finales del siglo XVI. Hasta mediados del siglo XVIII no se emprendieron excavaciones a gran escala y dos tercios de la ciudad permanecen aún bajo las cenizas. La opulencia de Pompeya puede apreciarse en sus intrincados suelos de mosaico y villas lujosamente adornadas con frescos, aunque muchos de los objetos de arte y decoración fueron robados hace tiempo  o llevados al Museo Nacional de Arqueología en Nápoles para salvaguardarlos.

Incluso aunque más de un millón de turistas la visitan cada año, Pompeya es suficientemente grande como para ofrecer tranquilos rincones y suficientemente complicada como para no entender nada sin la ayuda de un guía. Hay zonas enteras de la ciudad muerta que permanecen asombrosamente intactas, como inquietantes restos de un lugar que parece tan avanzado y civilizado como cualquier otro de los que nos rodean hoy en día, o incluso más.

Las ruinas de Pompeya desde el punto de vista artístico no destacan entre las que se pueden encontrar en el resto de Italia sin embargo la tragedia que acabó con sus habitantes tras la erupción del Vesubio y en especial que sus cuerpos hayan podido ser reconstruidos al quedar atrapados bajos las cenizas del volcán es lo que aporta un interés añadido a Pompeya. En el siglo XIX cuando se estaban realizando excavaciones en la ciudad se encontraban con frecuencia bajo las cenizas huecos que habían contenido seres humanos o animales, fue entonces cuando al arqueólogo Giuseppe Fiorelli se le ocurrió rellenar esos huecos con escayola y fue así como aparecieron ante sus ojos aquellas personas en su último momento de vida.

La mejor época para visitar Pompeya es ir fuera de temporada y recorrerla a las horas del medio día, con un poco de suerte, se puede encontrar sólo recorriendo sus callejuelas, con el viento que todavía baja del Vesubio como único y viejo acompañante.

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