Días de vino y brujas
A mediados del siglo pasado, en el mundo agrario y rural, tener en cuenta las supersticiones y cultos paganos y respetarlos era tan importante como plantar las semillas en las épocas adecuadas y cuidar los cultivos del modo más óptimo para conseguir buenas cosechas. La magia blanca y la negra se encontraban en los campos; una para defender a los agricultores y la otra para intentar causar el mayor daño posible a las cosechas y sus derivados.
Los enófilos de nuestros días han de tener en cuenta la posibilidad de que sus preciadas botellas de vino puedan acorcharse, oxidarse, maderizarse (estropearse debido a exceso de calor), refermentarse (gasificarse en la botella) o deteriorarse por un contaminante. Las cosas eran mucho más sencillas en la Italia del siglo XVI: se podía echar la culpa sin más a las brujas. Era creencia general que después de sus fiestas satánicas de medianoche o aquelarres, las brujas tenían la fea costumbre de invadir las bodegas de una aldea y ensuciar las cubas con su orina y excrementos. Esto, de más está decirlo, no le hacía ningún bien al bouquet de un vino. Miles de mujeres europeas fueron quemadas en la hoguera por sus poderes maléficos, pero aun así el problema no podía controlarse.
La situación era mejor para quien vivía en el norte de Italia, en la provincia alpina de Friuli, en la frontera con Austria (que sigue siendo una región productora de buenos vinos), porque allí vivía un equipo de héroes ocultos: los benandanti, o bienandantes, un grupo venerado de hombres que practicaban la magia blanca para la protección de los viticultores de la zona. A estos especialistas se los identificaba en el momento de nacer – salían del vientre de su madre con la cara envuelta en la bolsa o membrana amniótica – , y cuando crecían se les inculcaba el sentido del deber sagrado. Al llegar a la edad adulta, un bienandante entraba periódicamente en un sueño profundo y semejante al trance, durante el cual su espíritu podía abandonar su cuerpo y dar una batida para combatir a las brujas. Estos serviciales soñadores no solo protegían el vino en las bodegas, sino que salvaban las cosechas anuales de la devastación e impedían que las brujas chuparan la sangre a los niños de pecho o que robaran las almas de los inocentes. A menudo, estos reguladores del vino sobrenaturales regresaban victoriosos de sus excursiones a la luz de la luna; en otras ocasiones se despertaban agotados y derrotados.
Hacia 1575 la Inquisición comenzó a recelar de los bienandantes, pero después de muchas entrevistas interminables, los investigadores decidieron catalogar sus dones como “magia benigna” en vez de satánica, y nunca se llevó a cabo ninguna ejecución. Quizá, como muchos clérigos de la época atormentados por la gota, ellos también eran entendidos en caldos.