Relatos de terror. La superviviente, por Sherezade

La superviviente

Siglo XXI en el planeta Tierra. Debido a la altísima concentración de gases tóxicos que emanan las grandes industrias, el planeta está asolado por completo, la falta de agua y el gran agujero de ozono, han  provocado el resto.

Un desierto sin vida…sólo una pequeña parte del planeta mantiene aún algo de aire respirable.

Las calles están desiertas y no se ve rastro de vida alguna, excepto la mía y la de los mutantes. Humanos que tras inhalar el aire contaminado, se han convertido en carroñeros de carne, saben que aún sigo viva y vendrán por mí con sus rostros deformados y sed de sangre.

Tras los oscuros cristales observo como devoran a un anciano que se aventuró a salir.

Aún me duele el alma el sacrificio de mi familia. Estábamos rodeados por ellos y a un grito mío salieron corriendo hacia la casa que previamente había rociado con gasolina. No quería que fuesen devorados por los mutantes. Con un potente lanzallamas, una lengua de fuego abrasó a varios y aproveché la confusión para adentrarme en la casa. Algunos mutantes habían roto los cristales y estaban devorando vivos a mis familiares. Tras un grito desgarrador, dejé que el fuego de mi arma devorase la casa con todos dentro antes de verlos sufrir y, escapé por la puerta trasera.

Curiosamente, la mutación no me había afectado, puesto que nací sin sistema inmunológico y, para evitar morir por un simple catarro, me implantaron un chip, que hacía la función de defensa del organismo, por lo tanto, al ser artificial, no me había contagiado.

Tras correr varios kilómetros, busqué en el bosque algún lugar seguro y, a escasos metros, encontré una pequeña cueva que sería mi refugio mientras preparaba mi plan de venganza. Tras varias incursiones en la ciudad desierta, cogí lo necesario y, una vez terminado mi plan, me encaminé hacia el lugar donde se encontraban. Mientras caminaba no podía evitar el mirar hacia el suelo sembrado de restos humanos, un cráneo sin ojos ni lengua o un miembro amputado a medio devorar.

Contuve las arcadas y me dirigí hacia su refugio; con un afilado cuchillo me hice una incisión en mi brazo y al olor de la sangre, salieron como una jauría de perros hambrientos. No eran más de veinte, mejor, pensé así aniquilare a todos. Corrí todo lo que pude hacia una casa que previamente había preparado para que no pudieran salir. Una vez estuvieron dentro, cerré la puerta de golpe y me coloque en el centro de la sala. Todos hicieron un círculo en torno mío y vi sus ojos inyectados en sangre la avidez de devorarme. Cayeron en tropel sobre mí y mientras me desgarraban el cuerpo, apreté el detonador que llevaba en la cintura.

La deflagración destruyó más de cinco kilómetros a la redonda cualquier vestigio de vida. Mi venganza se cumplió y volé al infierno con ellos. A unos ocho kilómetros de la explosión, un muchacho observaba curioso el espectáculo, mientras devoraba lo que quedaba de una mano humana.

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