Terroríficos relatos. Sara, por Sherezade.

Sara era una niña de apenas 8 años cuando entró en aquel orfanato. Sus padres habían muerto en un accidente automovilístico. A partir de ese momento su carácter cambió radicalmente. De ser una niña extrovertida y dicharachera pasó a un mutismo total, apenas hablaba y jamás levantaba los ojos del suelo. Su tía Rosa, hermana de su madre, se hizo cargo de la pequeña pero no podía atenderla puesto que contaba con cuatro bocas que alimentar y el mísero sueldo de su marido, apenas cubría los gastos necesarios. Para Rosa fue una decisión difícil puesto que se había encariñado con ella y le ayudaba con las tareas del hogar y cuidaba de sus primos mientras su tía salía a comprar. Cuando Rosa fue al orfanato para hablar con el director, le explicó la situación en la que se encontraba la niña.

-¡Creo que el estar con otras niñas le vendrá bien!-dijo su tía.
-¡No se preocupe Doña Rosa, es normal que esté así después de lo que ha pasado!-contestó el director.
-¡Déjelo en mis manos y mañana a las ocho en punto traiga a la niña!-respondió el director. Así fue como Rosa llamó a Sara y le explicó los planes que tenía para ella.
-¡’Verás Sara que bien vas a encontrarte allí, además te enseñaran a leer y escribir y estarás más animada!-dijo su tía esbozando una sonrisa.
Hubiese dado igual si la noticia fuera buena o mala, la cara de Sara no cambió ni un ápice y su mutismo hizo que su tía replicase nerviosamente-¡No perdamos el tiempo y hagamos la maleta, que mañana has de estar allí a las ocho!-contestó.
Subieron al cuartucho que su ti llamaba habitación y metió los cuatro enseres que tenía. Al día siguiente aún de noche, Rosa despertó a Sara y a la hora convenida estaban frente a la puerta del orfanato.

Al momento, abrió la puerta una dama de rostro enjuto y duras facciones.
¿Les puedo ayudar en algo?-preguntó.
-Vengo a dejar a mi sobrina Sara y, el director me dijo que viniese hoy-contestó Doña Rosa.
En aquel preciso instante unas macizas puertas de roble se abrieron al fondo del gran recibidor y apareció el director con rostro sonriente.
-¡Buenos días Doña Rosa!-dijo y esta niña tan guapa es…..
-Sara -musitó la pequeña tras el codazo propinado por su tía.
-Mientras hablo con doña Rosa, sube al segundo piso y al final del corredor encontrarás tu cuarto, Sara-dijo el director.
Su tía la despidió con dos rápidos besos en las mejillas y la pequeña emprendió el camino hacia su cuarto. Abrió la puerta y encontró una modesta pero limpia habitación para ella sola. Dejó la maleta sobre la cama y abrió el armario de espejos en las puertas para colocar su ropa, cuándo escuchó en un susurro su nombre. Se giró rápidamente pero no había nadie. Continuó con su tarea y al cerrar las puertas del armario vio la imagen de una niña reflejada en el espejo.
Ahogo un pequeño grito y pregunto.
-¿Quién eres?
-¡Soy Natalia!-contestó la imagen ¡Y vivo aquí!
-¿Dentro del armario?-preguntó Sara.
-¡Si porque él no me encontrará!-dijo.
-¿El? ¿Quién es él?-preguntó Sara.
-¡El cazador de almas que quiere llevarme con él!- contestó la niña.
Sara se frotó los ojos y al abrirlos había desaparecido, pensó que quizás fuera fruto del cansancio. El resto del día transcurrió con rapidez, las clases, las presentaciones, la cena…
Hacia las siete de la tarde, tras la cena, estaba de vuelta en su cuarto preparada para terminar sus deberes. Llegada la noche, se acostó, pero el sueño tardaba en venir por tanta novedad.
Un gélido aire comenzó a inundar la habitación y de nuevo volvió a escuchar su nombre. Se incorporó y en el cristal completamente empañado pudo leer una frase:

-¡Sara, ayúdame.
Sara avanzó rápidamente hacia el cristal y vio como tras un chirrido escalofriante,
el cristal comenzó a rajarse como si estuviesen cortándolo con un diamante. Tocó las grietas del cristal y unas manos huesudas de afiladísimas uñas le sujetaron las muñecas, mientras del cristal salió un rostro demoniaco con una gran sonrisa perfilada por afiladísimos y ensangrentados colmillos. Sara se zafó como pudo, pero el ente cogió su cuello comenzando a clavar sus garras en el cuello…..

En ese preciso instante, Sara, zarandeada por las manos de su madre, despertó sobresaltada.
-¡Sara ¿Qué ocurre? ¿A qué vienen esos gritos?-preguntó su madre preocupada.
-Solo una pesadilla mamá-contestó la pequeña.
-¿Y esos arañazos?-dijo la madre.
-Ha sido Bola mamá que me arañó-mintió Sara.
-Anda baja, que has de hacer muchas cosas antes que vengan todos a la cena de Nochebuena-dijo su madre.
Sara bajó las escaleras aturdida por tan real sueño y preocupada por esos visibles y dolorosos arañazos. Todavía quedaba mucho por hacer. El árbol de Navidad estaba sin luces y sus hermanos, como siempre, peleándose por colgar los adornos más bonitos.
-¡Sara, baja al sótano a por las luces que tus hermanos están riñendo y a este paso no se termina el árbol.-gritó la madre desde la cocina.
Sara, obediente como siempre, abrió la puerta del sótano acompañada de Bola, que lanzó un bufido al abrir la puerta. La pequeña hizo caso omiso y encendió la pequeña luz bajando las escaleras. Un fuerte golpe de aire, cerró la puerta del sótano y todo quedó a oscuras. Tanteó en la oscuridad y encendió una gran linterna especial para estos casos. El terror paralizó su cuerpo, puesto que el sótano no era el mismo de siempre. Una hilera de camas de hierro estaban ocupadas por esqueletos infantiles con grilletes en tobillos y muñecas. Sus esqueléticos cuerpos estaban retorcidos como si hubiesen sufrido una lenta agonía antes de morir, algunos de los cadáveres tenían amputadas parte de las cabezas, un escalofrío recorrió el cuerpo de Sara. Un aire helado comenzó a enfriar de tal manera el sótano que Sara sintió un escalofrío cuando escuchó una voz espectral a su espalda que hizo que el pánico comenzase a apoderarse de ella. Se giró todo lo lento que pudo y ahogó un grito al observar a aquel enorme ser demoníaco de su sueño. Era la cosa más abominable y horrible que jamás había visto Sara. De sus ojos vacíos salía un líquido viscoso y sus cuencas despedían un fulgor que parecía quemar. De su cara colgaban jirones de piel y músculos ensangrentados y lo que más llamó la atención de Sara fue esa macabra sonrisa que presentaba una hilera de afiladísimos colmillos ensangrentados. Un hedor a muerte y putrefacción inundó la estancia. Sara comenzó a retroceder lentamente cuando el ente alargó su putrefacta mano y agarró a Sara por el cuello, sacando de su nauseabunda boca una lengua bífida de serpiente que comenzó a lamer el rostro de la pequeña.
El demoníaco ser, abrió su horrible boca y emitiendo un aullido estremecedor empezó a absorber el alma de Sara.
Comenzó a notar que la vida se le escapaba del cuerpo y aturdida pero sacando fuerzas de flaqueza, quiso zafarse de tan abominable ser, hundiendo la mano en el pecho de éste para sacarla llena de horribles y repugnantes gusanos. Ahogó un grito y el ente la lanzó contra la pared y Sara cayó al suelo sin conocimiento

Minutos después Sara despertó en el suelo y todo estaba como siempre. Cogió las luces navideñas y subió hasta llegar al salón.
-¿Te pasa algo Sara? ¡Estás muy pálida!-dijo su madre.
Sara se miró en el espejo y efectivamente, estaba blanca como la nieve y sus ojos tenían una mirada inexpresiva con un asomo de maldad en ellos.
-¡No me pasa nada mamá, estoy estupendamente!-mintió Sara.
Obviamente algo había cambiado en la pequeña su semblante níveo tenía un aura de maldad y su sonrisa, antaño bondadosa, ahora era realmente escalofriante……

Una vez estuvo todo dispuesto, comenzaron a llegar los invitados.Besos, saludos y abrazos y la apetitosa cena de la que dieron buena cuenta los comensales, a excepción de Sara, que no probó bocado.
Hacia la medianoche todo se dispuso para la llegada de Papá Noel, que, como todos los años recaía en el padre de Sara, aunque ella sonreía pues sabía que esta vez sería diferente. Ya se había encargado de su padre, aprovechando que este se cambiaba en el baño, para abrirle el cráneo en dos con un hacha que previamente consiguió en el trastero. Todo quedó bañado en sangre y los restos de masa cerebral se esparcieron por todos los rincones. Llenó la bañera de agua e introdujo con mucho esfuerzo lo que quedaba de su padre. Se aseó limpió la sangre de su cuerpo y se cambió de ropa. Al mirarse en el espejo su imagen reflejaba a la misma Sara de antaño con una mueca de terror, mientras la que estaba en el lado opuesto sonrió con una mirada de odio tremendo. Salió del baño cerrando la puerta y bajó con toda naturalidad al salón. Todos se arremolinaron en torno a la chimenea y comenzaron a llamar:
-¡Papá Noel, baja ahora mismo!-dijeron al unísono.
No pasaron ni quince segundos cuando un gran estruendo inundó la sala y una especie de fulgor proveniente de la chimenea alumbró toda la estancia a oscuras. No era Papá Noel quien allí estaba. En su lugar una enorme figura con una gran capa y su cadavérico rostro al descubierto. Su horrible cara con jirones de piel y sangre colgando y esa sonrisa fantasmal con afilados colmillos, hizo que todos quedasen petrificados ante tan espeluznante visión, todos a excepción de Sara que sonreía maquiavélicamente. De la boca del ente surgió un alarido tan desgarrador y espeluznante que los cristales de las ventanas estallaron. El, tendiendo la mano hacia Sara dijo:
-¡Ven, pequeña, comamos! Y ambos con una gran carcajada abrieron la boca aspirando el alma de todos ellos que al instante no eran más que autómatas. Sara y el ente se acercaron a los cadáveres y abriendo sus vientres, comieron sus vísceras calientes. Con el rostro y las manos empapadas en sangre dieron media vuelta, penetraron por la chimenea encendida y desaparecieron, mientras Sara se encargó de tirar unos periódicos en llamas a las cortinas. En cuestión de minutos toda la casa era una gigantesca tea que no dejo de arder hasta bien entrada la noche. Es evidente que todos perecieron y se extrañaron de no encontrar el cuerpo de la pequeña de la familia. El caso se cerró y todos pensaron que el incendio se había producido por un cortocircuito. La casa quedó abandonada y nadie la reclamó.
Todo siguió su curso normal con la excepción de ciertas muertes sospechosas que se producían de cuando en cuando y en circunstancias similares. Cuerpos inertes, blancos como la nieve con los vientres abiertos y vacíos y una expresión de terror en el rostro indescriptible.

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