Terroríficos relatos. Su gran obra, por Sherezade

Su gran obra

Cae la noche dejando a la ciudad sumida en un mundo de luces.

Como cada día sale de su casa enfundado en un abrigo de cuero que le llega hasta los tobillos. Su cara apenas se distingue. Sobre su cabeza, un sombrero a juego con el abrigo y unas enormes gafas de sol, cubren su rostro. Ambas manos cubiertas por guantes del mismo color y botas de afilada punta con un brillo metálico en los talones. Es el hombre sin rostro, aquél que nació sin pupilas y sólo puede ver en la oscuridad.

Solitario, sin amigos, su retorcida y enferma mente por tantos años sin contacto humano, sale a su oscuro mundo en busca de su mayor placer SANGRE.

Desde niño le mantuvieron en el sótano de la gran mansión y sus únicos amigos fueron los libros que devoraba con pasmosa rapidez. Enseguida sus preferencias literarias fueron el ocultismo y los ritos satánicos.

Por ello, esa noche salió a buscar lo que necesitaba para terminar su creación que acompañase su soledad, una mujer hecha a su medida. Muchos fueron los horribles crímenes sin esclarecer que él había cometido y seguían el mismo patrón.

Muchachas de blanca piel y a las cuales descuartizaba devorando con avidez sus sangrantes y calientes vísceras para después desollar una parte de su cuerpo.

Esa sería su última salida, puesto que su creación estaba por terminar. Necesitaba una hermosa y larga cabellera negra para que estuviera lista.

Caminaba despacio, pegado a las paredes, escondiéndose entre la niebla para no ser visto.

Tras varias horas de infructuosa búsqueda, vio a lo lejos una figura femenina que caminaba con rapidez y llevaba su negro cabello recogido en un moño.

Con la agilidad de un lince, llegó hasta ella, y tapando su boca  con la mano, extrajo de su bolsillo un afiladísimo cuchillo, con el cual rebanó el cuello de la joven de lado a lado.

Cogiéndola del cabello, la llevó hacia la oscuridad y tras beber la sangre que manaba a borbotones de su cuello, rajó sus ropas y, abriendo su abdomen comió con avidez sus órganos.

Una vez terminado el festín, arrancó la cabellera de la muchacha dejando a la vista un cráneo ensangrentado y, lentamente, tomó el camino a casa. Una vez hubo llegado, quemó en la chimenea los guantes y se dirigió al sótano con la cabellera aún sangrante.

No necesitaba de luz alguna ya que distinguía todo con perfecta claridad. Lavó cuidadosamente el cabello y tras secarlo con una paciencia infinita, lo cosió a la hermosa mujer, con la maestría de un sastre.

Asombrado de su obra, dibujó un pentagrama en el suelo con una serie de signos ilegibles, e invocó a las fuerzas satánicas pidiendo un alma para su amada.

Tras varios minutos de larga espera un rayo cayó sobre la mujer y tras una gran descarga, ésta se desplomó en el suelo.

Rápidamente fue hacia ella y se enamoró al instante. Era la mujer más hermosa que jamás había visto.

Con una ternura infinita, besó sus labios y ella abrió los ojos. Se deleitó contemplando su perfecta desnudez y, allí mismo, quiso hacerla suya. Con una pasión increíble, ella le fue desnudando lentamente, mientras él gemía de placer.

Era realmente asombrosa la manera de amar que tenía aquella mujer. Parecía estar poseída por la lujuria y el placer.

Se besaron apasionadamente y ella, sentada a horcajadas sobre él, comenzó a besarle el torso con una habilidad increíble. Mientras se dejaba llevar por la pasión, notó un dolor desgarrador en su abdomen y aullando de dolor se incorporó viendo como ella le devoraba sus entrañas.

Intentó zafarse y la mujer con afiladísimos colmillos y la boca ensangrentada, clavó éstos en el cuello de él, arrancando la mitad del mismo.

Estaba siendo devorado vivo por su creación, al igual que él había hecho con sus víctimas. Casi al borde de la muerte por la pérdida de sangre y heridas mortales en varios órganos, pudo vislumbrar como una poderosa luz iluminó a un horrible ser demoníaco, que tras besar a la mujer y lamer la sangre de su rostro con una lengua bífida, introdujo la mano de afiladas garras en el pecho del joven, para extraer su corazón aún palpitante y, mientras desaparecían, comían el apetitoso manjar.

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