Relatos de terror. El escondite perfecto, por Sherezade

El escondite perfecto

 

Pasada la medianoche, unos pasos resonaban en el arcén de la carretera estatal. Allí estaba él, con unas botas de vaquero y un elegante sombrero que le daba un aspecto de auténtico vaquero. A su espalda llevaba una mochila con una considerable suma de dinero que, horas antes, su compinche y él habían robado del banco en un pequeño pueblo, situado a veinte kilómetros de donde se encontraba.

Todo hubiera salido a pedir de boca si el estúpido policía no hubiese hecho aquel movimiento. Con la rapidez de un rayo, extrajo de su bota, un enorme cuchillo que lanzó, clavándoselo en el cuello. Con la arteria carótida cortada, el policía comenzó a gritar mientras de su cuello manaba un surtidor de sangre que salpicó las pareces y el suelo del banco. Para que se callase fue hacia él y arrancándole el cuchillo del cuello, se lo clavo en el corazón, mientras sonreía al retorcer el arma dentro de su cuerpo.

-¡Maldito imbécil!-pensó. Me ha empapado mi mejor chaqueta de cuero con su asquerosa sangre. Cuando estaban dispuestos a salir por la parte posterior, su compinche, un ex presidiario, condenado a veinte años por violación, se encaprichó de una rehén y allí mismo comenzó a desnudarla. Al escuchar los gritos de la mujer se volvió y contempló la escena. Sería un ladrón y asesino, pero no soportaba a los violadores. Sacó su revólver y le reventó la cabeza esparciendo la masa cerebral por todo el suelo. Le dio la vuelta al cuerpo  sin apenas cabeza y, con el afilado cuchillo, le rebanó los genitales, para tirarlos a la basura. Salió por la parte posterior y arrancando la moto, emprendió la huida. Tardarán un tiempo hasta que descubran lo que ha pasado, se dijo, puesto que el banco no disponía de botón de alarma. Llevaba unos dieciocho kilómetros recorridos, cuando la moto se quedó sin gasolina. Le había dado a su compinche veinte dólares para llenar el depósito y el muy estúpido se los había gastado en cervezas. Llevó la moto hasta un sembrado de maíz y allí la abandonó, no sin antes, limpiar las huellas, arrancar la matrícula y llevarse todas sus pertenencias. A unos dos kilómetros divisó las luces de un pequeño pueblo y aceleró el paso, debía buscar un sitio donde poder asearse y dormir. Llegó a un modesto motel situado a la entrada del pueblo y decidió pasar. El dueño, al ver sus ropas y rostro cubierto de sangre seca, hizo ademán de sacar una pistola, pero él le agarró del cuello y le colgó en el perchero de la pared atravesándole la nuca. Metió un pañuelo en la boca para que no gritase y ahogarse con su propia sangre, tomó prestada una llave y subió a la habitación. Una vez dentro, se duchó, se cambió de ropa y contó la enorme suma de dinero que había conseguido. Volvió a guardar ordenadamente todo en la mochila y salió por la ventana buscando un lugar más seguro. A las afueras encontró otro pequeño hotel y pagó una habitación. Una vez hubo llegado se tumbó sobre la cama y se quedó dormido en pocos segundos. Despertó al mediodía y salió a dar una vuelta por el pueblo para comprar algo de comer y encontrar un lugar seguro para esconder el dinero. A un kilómetro del pueblo había un cementerio semiderruido y entró a curiosear. Estaba abandonado, tumbas profanadas, lápidas rotas… ¡Buen lugar para esconderlo!-pensó.

Al llegar la noche salió del motel y se encaminó hacia allí, una vez dentro cogió la pala que con anterioridad había comprado y echó un vistazo alrededor. Le extrañó la ausencia de sonidos, pero eso era lo de menos. Al fondo divisó el lugar perfecto, un panteón con estatuas sin cabezas, ángeles mutilados que le conferían un aspecto tenebroso, penetró en él buscando un sitio para su botín, sin escuchar el sonido de tierra removiéndose. Decenas de manos corrompidas, cadavéricas, comenzaron a escarbar la tierra para salir al exterior .Cuerpos putrefactos repletos de gusanos en sus vientres a medio descomponer, algunos mutilados, otros con jirones de piel colgando de sus cuerpos encaminaron la marcha hacia el panteón.

Mientras tanto y ajeno a lo que sucedía en el exterior, el hombre vio una lápida que sería el lugar perfecto, empujó con ambas manos la pesada tapa y, tras apartar unos huesos, dejó allí el botín. Al volver a cerrarla, le vino un olor putrefacto. Se volvió rápidamente y allí estaban ellos, decenas de muertos vivientes con tendones colgando, vísceras corrompidas y extendiendo sus manos hacia él, le acorralaron. Un dolor lacerante en el hombro, le hizo gritar de dolor y comprobó que estaba siendo devorado vivo. Tuvo una muerte lenta y agónica mientras ellos iban comiendo sus vísceras, sus ojos, su lengua, sus manos. Hasta que uno de ellos le arrancó el corazón y en cuatro bocados lo devoró. El estaba muerto, pero su botín jamás sería encontrado.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *