Ir a la guerra y caer herido en combate es algo jodido, pero si con un poco de suerte, para recuperarte de las heridas te mandan a un Hospicio de buenas samaritanas y éstas te hacen una pajilla diaria mientras dure tu convalecencia, es seguro que las heridas dolerán menos…
O al menos esa era la intención del Cuerpo de Pajilleras del Hospicio de San Juan de Dios, de Málaga, autorizado por el Obispo de Andalucía allá por el 1847 y promovido por una tal Hermana Sor Ethel Sifuentes, con la sana intención de descargar tensiones en los heridos de guerra a la par de rebajar los niveles de testosterona en los abarrotados pabellones médicos de los hospicios y hospitales.
Así, las pajilleras de la caridad, formado por monjas y voluntarias de toda índole, se calzaban su uniforme de las Manuelas; una holgada hopalanda que ocultaba las formas femeniles y un velo de lino que embozaba el rostro, para preservar el pudor, se supone.
Al amparo del éxito de las masturbadoras piadosas aparecieron el Cuerpo de Palilleras de La Reina, Las Pajilleras del Socorro de Huelva, Las Esclavas de la Pajilla del Corazón de María y ya entrado el siglo XX, las Pajilleras de la Pasionaria que tanto auxilio habrían de brindarle a las tropas de la República. En América latina, rara vez ajena a las modas metropolitanas, las pajilleras tuvieron también sus momentos de gloria. Durante la guerra civil mexicana, grandísimos auxilios brindaron a las tropas de todos los bandos, las Hermanas de la Consolación, organización laica (aunque cercana a la Iglesia) que ofrecieron la fatiga de sus muñecas para calmar los viriles ímpetus.
Por desgracia para los miles de heridos de guerra durante el periodo descrito, pajas hubieron, pero como las de toda la vida ya que la historia de las monjas pajilleras no es más que otro de los muchos bulos que corren por la red, probablemente incierto y sin ninguna base o referencia histórica que lo respalde.
Pese a ello, si que existen referencias sobre otros “secretos de convento” que indican que el sexo ha estado unido a los conventos durante la historia. El escritor veneciano Pietro Aretino ya relataba en su libro “La vida secreta de las monjas” como se las gastaban estas allá por el siglo XV. Aretino describe a jóvenes novicias solitarias en justas ritualizadascon monjes y sacerdotes (“La primera arremetida se dirigió contra el trompetista […] animándose con los dedos, metió su lanza en el blanco de su amiga hasta la empuñadura […] ”) y consagradas a lapastinaca muranese, el “nabo de cristal”, un consolador de lo más novedoso, hecho de fino cristal veneciano y que se llenaba de agua caliente. Las monjas guardaban manuales eróticos escondidos en sus devocionarios y siempre ofrecían su caridad a los peregrinos.
¿Exagerado? Sin duda en los detalles. (No sin motivo Aretino está considerado como el padre de la pornografía moderna). Pero aunque la obra de Aretino no es ni mucho menos un documental sobre la vida en los conventos, sus raíces se hunden en la realidad. Mediante un estudio minucioso de cartas, diarios y documentos jurídicos de la época, los historiadores han determinado que los conventos de monjas venecianos eran los más liberados de Europa. En el siglo XV, al dispararse el coste de las dotes, muchas de las familias más nobles de la ciudad se veían obligadas a meter en conventos a sus hijas adolescentes, sin tener en cuenta sus deseos. Pocas de aquellas jóvenes desarrollaban una vocación espiritual. Se aceptaba abiertamente que los conventos de más renombre eran una “válvula de escape” para el excedente de mujeres solteras de alta cuna de Venecia, que podían seguir disfrutando de un grado de libertad sexual sin parangón en la época.
Los conventos de monjas se gestionaban como si fueran selectos hoteles de lujo. A las novicias se les entregaban duplicados de las llaves para que pudieran entrar y salir a su antojo de sus palaciegos aposentos, llenos de obras de arte y con vistas al Gran Canal. Luciendo los vestidos más a la moda y escotados, agasajaban a sus visitantes con banquetes bien regados con vino y después invitaban a sus galanes a pasar la noche en sus habitaciones. Las más apasionadas se fugaban, es de suponer que con hombres a quienes no obsesionaban las dotes. Las abadesas de edad madura recorrían la ciudad en lujosos carruajes con sus perros mascotas y supervisaban las actividades de sus chicas con mirada maternal. Si una monja se quedaba embarazada, no tenía más que dar a luz en la intimidad del convento y hacer pasar al niño por un huérfano abandonado en la puerta.
Las autoridades eclesiásticas de Venecia y Roma hacían la vista gorda ante estas actividades, pero investigaron a regañadientes algunos de los casos más flagrantes y escandalosos. Documentos históricos apuntan a que solo treinta y tres conventos fueron procesados por “delitos sexuales contra Dios”, ya que las monjas eran esposas de Cristo desde el punto de vista teológico. En los detalles jurídicos aparece por ejemplo la hermana Filipa Barbarigo, que se había divertido con diez amantes distintos al mismo tiempo, incluido el novio de la abadesa.
Otra historia cuenta que una noche estallaron violentas escenas de celos en el convento más concurrido, Sant´Angelo di Contorta, cuando un hombre llamado Marco Bono sorprendió a su amante, Filipa Sanuto, en su aposento con otro hombre y salió en persecución del intruso hasta la calle, y más tarde persiguió con su espada a los novios desnudos de una docena de monjas.
Según parece, la iglesia puso especial empeño en perseguir a los amantes rudos o de humilde cuna, pero ante los nobles y adinerados hacían la vista gorda. La cosa es que hasta Venecia llegaban turistas de todos los rincones de Europa atraídos por las alegres monjas, que llegaron a estar al mismo nivel que las exóticas geishas japonesas. La cosa explotó en 1561, cuando se demostró que los conventos se habían convertido en prostíbulos de lujo. Se cerraron algunos de ellos, pero muchos otros continuaron con su piadosa labor durante muchas décadas. Como resume la escritora Elizabeth Abbot: “Las monjas mal dispuestas solo entendían el cálido cosquilleo de sus anhelantes carnes”.
Ya para otro día dejamos el tema de la curiosa arquitectura subterránea de algunos conventos de clausura, con esos túneles que por azares de la vida siempre comunicaban con las abadías de los monjes cercanos…