Un regalo vistoso
Al visitante desprevenido que se pasee por Madrid rondando las cercanías del Palacio Real, quizá le resulte chocante encontrarse de repente con monumento cuando menos peculiar, pero no por ello menos bello o espectacular. Se trata de todo un templo egipcio, con sus pilonos, sus muros de caliza amarillenta decorados con relieves…
Todo ello en la cima de lo que ahora es un parque, mas donde antaño tuvo lugar uno de los primeros episodios sangrientos de la guerra civil, el asalto al Cuartel de la Montaña, el edificio que entonces ocupaba la montaña del príncipe Pío y donde ahora asienta sus reales el templo de Debod, que así se llama el protagonista de nuestra historia.
Su presencia en la capital del Reino se remonta a hace casi cuarenta años, pues procedente de Alejandría arribó desmontado a las costas valencianas, en un navío llamado Benisa, el 18 de junio de 1970. Desde allí, por tierra, las cerca de mil toneladas que pesaban los 1.724 bloques del edificio (repartidos en 1.359 cajas de madera) llegaron a Madrid a finales de ese mismo mes. Allí quedaron distribuidas rodeando al solar de lo que sería su nuevo hogar, a la espera de su montaje definitivo, que tardaría dos años en producirse.
Ante semejante visión, al visitante le cabe preguntarse cuando menos cómo es posible que un monumento tan fuera de contexto se alce espléndido en medio de un plácido jardín, junto a uno de los miradores con las mejores vistas de Madrid; pues a lo lejos se ve la ribera del Manzanares, a la izquierda y algo más cerca resplandecen el verde de los jardines del Moro y el volumen del palacio real, al mismo tiempo que, tras de sí, uno siente la bimilenaria presencia del templo de Debod. Es un lugar especial, donde se tiene al alcance de los ojos toda una síntesis histórica, que va desde los yacimientos neolíticos hallados en las terrazas del Manzanares, hasta un palacio del siglo XVIII, pasando por los vestigios de la muralla árabe de Madrid y un templo edificado en Egipto allá por el siglo III a. C.
Efectivamente, el templo es egipcio porque fue construido en la orilla occidental del Nilo, cerca de 20 kilómetros al sur de la famosa isla de Filé; pero por desgracia no pertenece a la época clásica de la civilización faraónica. Fue erigido por un soberano del reino de Meroe (Nubia) llamado Adijalamani, escasamente conocido por otras fuentes (apenas su pirámide en Meroe y un fragmento de estela en Filé), que lo dedicó al dios Amón de Debod (la región donde se encontraba) y a la diosa Isis. A continuación fue ampliado por varios monarcas ptolemaicos: Ptolomeo VII Filómetor, junto a su esposa y hermana Cleopatra II, y Ptolomeo XIII Neos Dionisos. Los últimos gobernantes egipcios en dejar su huella en la estructura del edificio fueron los emperadores romanos Augusto y Tiberio, en los albores del principado y la era cristiana. Poco podían imaginar ninguno de ellos que este pequeño templo terminaría por formar parte de un paisaje urbano por completo diferente, a unos cuantos miles de kilómetros de su emplazamiento original.
El templo en su emplazamiento original
El Templo de Debod fue un regalo de Egipto a España (año 1968), en compensación por la ayuda española, tras el llamamiento internacional realizado por la Unesco para salvar los templos de Nubia, principalmente el de Abu Simbel, en peligro de desaparición debido a la construcción de la presa de Asuán. Egipto donó cuatro de los templos salvados a distintas naciones colaboradoras: Dendur a los Estados Unidos (se encuentra actualmente en el Metropolitan Museum de Nueva York), Ellesiya a Italia, Taffa a Holanda y Debod a España.