Cuando la religión vence al dolor
Durante siglos, a lo largo y ancho del planeta, numerosas culturas han profesado sus creencias mediante ritos y festividades aparentemente atroces. Sin embargo, aún hoy miles de personas rinden tributo a sus dioses infligiendo un castigo desmesurado a sus cuerpos. Es el caso del Thaipusam, un festival fundamental dentro del hinduismo cuyas escenas, mezcla de júbilo y mortificación, siguen dando la vuelta al mundo.
Coincidiendo con el instante en que la estrella Pusam se sitúa en el punto más elevado del firmamento – entre enero y febrero – , miles de creyentes salen a la calle para honrar al gran dios Murugan (o Subramaniam), Señor de la Guerra e hijo menos de Shiva. El motivo de la celebración es doble. Por un lado, se conmemora el nacimiento del dios; por el otro, su magnífica victoria frente al demonio Soorapadman. Los poblados se llenan de colorido, alegría y buenos sentimientos, pero también de dolor, agonía y éxtasis religioso.
Decenas de creyentes entran en trance y perforan sus mejillas, bocas y brazos con todo tipo de objetos afilados, mientras desfilan en procesión. Acto seguido, enganchan a sus hombros y espaldas punzantes garfios de los que cuelgan todo tipo de ofrendas, en una suerte de extravagante percha humana. Todo ello se sucede de forma natural, en una comitiva de varios kilómetros marcados por un intenso sentimiento de fervor religioso.
Se trata de uno de los ritos más importantes dentro de la religión hindú, principalmente para la comunidad tamil. Nacida en el corazón del estado federal de Tamil Nadu (India), Thaipusam es más que una fiesta. Se trata de una celebración plena de buenos deseos para el futuro. Y, por supuesto, de dolor. De mucho dolor. Y es que si algo ha hecho popular a este festival en todo el planeta son las espeluznantes prácticas de autoperforación a las que se someten los asistentes al mismo. Espadas, cuchillos, dagas, tijeras y garfios del tamaño de una mano atraviesan los rostros, lenguas y espaldas de cientos de personas con la cabeza afeitada, que desfilan aparentemente ajenos al evidente tormento.
Por supuesto, existen varias razones de peso para la aplicación de estas terroríficas prácticas: la redención, la penitencia y la solicitud de favores al poderoso Murugan. El sufrimiento se convierte de esta forma en un camino para la expiación: cuanto más dolor padezca y soporte el peregrino, mayor será el favor recibido por la deidad. El máximo exponente de este espíritu de sacrificio personal es el portador del kavadi, una altar circular móvil de hasta 60kg que es enganchado directamente a sus hombro y espalda mediante ganchos y correas.
Pese a que el festival de Thaipusam se ha venido celebrando originariamente en la India, es en Malasia y Siongapur donde ha alcanzado trascendencia internacional, convirtiéndose incluso en reclamo turístico. De hecho, Malasia es el punto del planeta donde se festeja con mayor devoción. Concretamente en las cuevas Batu de Kuala Lumpur, un santuario excavado en la roca que sirve como meta para la caravana de fieles que caminan entre 15 y 18 km desde el templo de Sri Mahamariamman, en el corazón de la ciudad, en dirección a estas grutas. Un trayecto de más de 8 horas de duración en el que los peregrinos deben ascender 272 escalones hasta llegar a la entrada del templo Sri Subramaniam Swamy, custodiada por una imponente estatua de oro de Murugan.