Cuando una mujer vistió de papa
Fue así como allí en medio de la multitud que recorría el camino a Letrán en la procesión del Corpus Christi él, el “Papa”, tan bien parecido, aquel con rasgos de ángel, ojos encendidos y chispeantes y rostro de piel suave y lampiña y en el cual destacaban su sabiduría y su virtud dió a luz a una criatura.
El papa, máximo guía espiritual de la iglesia católica, el cual para alcanzar tal condición debe ser un sacerdote haciendo parte así de una de las pocas profesiones de exclusividad masculina. Incluso el nombre del cargo denota el caracter varonil de éste (del latin padre o tutor) como todas las organizaciones de la tierra la iglesia no está exenta de encontrarse involucrada en una gran cantidad de escándalos, algunos ciertos, otros no tan ciertos. Hay momentos donde es casi imposible saber donde acaba la historia y comienza la leyenda.
Rosetta Wakeman, Sarah Emma Edmonds, Janeta Velazquez, Mary Edwards Walker, Sarah Taylor, Deborah Sampson, Mollie Bean, Laura J. Williams, Frances Clalin, Malinda Blalock o Albert Cashier, son todos nombres que tienen algo en común. Todas ellas vivieron una doble vida, fueron mujeres por naturaleza pero hombres en apariencia, todas con un solo propósito; servir a su patria. Pero no todas aquellas que a lo largo de la historia han hecho esto ha sido por propósitos de servicio, algunas han obedecido a fines más egoístas.La protagonista de hoy se ubica en el siglo IX según las crónicas, se llamaba Juana y habría nacido en el año 822 hija de un monje de nombre Gebert. Criada en el ambiente de su padre empezó a hacerse con gran cantidad de conocimientos que en ese momento eran vedados a las mujeres, posteriormente según algunos tras un amor, según otros buscando huir de la pobreza, tomaría el nombre de Juan el inglés convirtiéndose en sacerdote y gracias a sus grandes capacidades logró ascender hasta convertirse en secretario del papa León IV el cual antes de morir, según el rito, debía soñar y elegir a su sucesor. No es difícil imaginar que soñara con su mano derecha. Entonces el inglés John de Mainz (Johannes Anglicus, natione Moguntinus) se convierte en papa durante dos años, siete meses y cuatro días sumergiéndose en un mundo de lujos y privilegios que tal posición implica hasta que finalmente cae rendida ante los placeres del amor y ellos traen como consecuencia un embarazo no planeado. Por supuesto ello hubiese podido pasar desapercibido bajo sus imponentes vestiduras de no ser por el “pequeño” detalle de haber dado a luz precisamente en medio de la multitud ante el portal de la iglesia de San Clemente, que le vio morir por una turba enardecida, el cual fue un castigo escogido por ella misma a quien en sueños le dieron la opción de elegir entre un castigo rápido, que significaría su redención, o seguir su vida normal pero sufrir un castigo eterno. Se dice que fue enterrada en el mismo sitio. En sus procesiones, los papas siempre evitaban este camino; muchas personas creían que los papas hacían esto por su animadversión a esa desgracia. (versión Martín de Troppau por situarla detrás de León IV entonces hablaría de Benedicto III)
El descubrimiento
Aunque la anterior fue una segunda publicación del mismo autor el final parece haber sido cambiado no se sabe si por él mismo o el transcriptor, pues existe una primera versión manuscrita. En ella aparece por primera vez el nombre de Johanna (Juana) como el de la supuesta papisa. Martín de Troppau había vivido en la Curia como capellán y penitenciario del Papa (murió en 1278), razón por la cual su historia papal fue ampliamente leída y a través de él la leyenda obtuvo aceptación general. En ella relata de una manera diferente el destino de la supuesta papisa: tras de su alumbramiento Juana fue inmediatamente destituida e hizo penitencia por muchos años. Su hijo, se añade, llegó a ser Obispo de Ostia y la tuvo enterrada ahí después de su muerte.
Aunque la primera vez que se hizó referencia a ella fue en 1255 cuando Jean de Maillye escribe en su obra Chronica universalis metensis este párrafo: “se trataría de cierto Papa o más bien papisa que no consta en la lista de papas y obispos de Roma porque fue una mujer que se disfrazó de hombre y llegó a ser, por su carácter y talento, secretario de la curia papal, luego cardenal y por último Papa. Un día que montaba a caballo parió un niño e inmediatamente, por orden de la justicia romana, fue atada por los pies a la cola de un caballo; a una media legua de la ciudad fue lapidada por el pueblo y enterrada allí, donde murió; en ese lugar se escribió: Petre, Pater Patrum, Papisse Prodito Partum “Pedro, Padre de los Padres, propicio el Parto de la Papisa”.
Puede ser que no se trate más que de una leyenda pero el hecho que las primeras menciones al respecto las hayan hecho precisamente sacerdotes dominicos deja la inquietud flotando en el aire pues como todas las historias que hoy día nos rodean contiene puntos que la corroboran y otros tantos que las niegan.
En los siglos XIV y XV esta papisa era ya considerada como un personaje histórico, de cuya existencia nadie dudaba. Pues durante más de dos siglos hubo en la Catedral de Siena, Italia, una estatua llamada “Papa Juan VIII, una mujer inglesa“, y que estaba situado entre los bustos de distintos Papas. Y allí estuvo hasta que el también el Papa Clemente VIII lo renombró como “Papa Zacarías“. El hereje Jan Hus, en la defensa de su falsa doctrina antes del Concilio de Constanza, hizo referencia a la papisa y nadie cuestionó el hecho de su existencia. Sin embargo la papisa no se encuentra en el “Liber Pontificalis” ni entre los retratos de los papas de San Pablo extramuros en Roma.
Para otros la papisa es por completo un invento de la imaginación pues en su concepto no posee sustento histórico y fue en el siglo XVI cuando los historiadores católicos empezaron a negar la existencia de la papisa. También algunos protestantes, como Blondel y Leibniz admitieron que la papisa jamás existió. Sin embargo, numerosos protestantes hicieron uso del mito en sus ataques al papado. Todavía en el siglo XIX, cuando lo insostenible de la leyenda fue reconocido por historiadores serios.
Otros datos que le dan caracter de mito:
- Ninguna fuente histórica contemporánea entre las historias de los papas tiene conocimiento de ella; tampoco se hace mención de ella hasta la mitad del siglo XIII. Resulta increíble que la aparición de una “papisa”, si hubiera sido un hecho histórico, no hubiera sido notada por ninguno de los numerosos historiadores de entre los siglos X y XIII.
- En la historia de los papas no hay lugar en donde encaje esta figura legendaria. Existen monedas con las imágenes de Benedicto III y del emperador Lotario I, quien murió el 28 de septiembre del año 855 lo de León IV y Benedicto III eran correctas y que no hubo interrupción de la línea de sucesión entre estos dos papas, de modo que en este lugar no hay espacio para la supuesta papisa.
- Más adelante es aún menos probable que una papisa pudiera insertarse en la lista de papas cercanos al año 1100, como se sugiere en la crónica de Jean de Mailly aunque algunos lo identifican con Juan VIII papa entre 872 y 882 y que según algunas versiones parece ser que sus opositores, ante su actitud conciliadora con la Iglesia Oriental, comenzaron a tacharlo de afeminado y a llamarlo Papisa Juana (tampoco es hecho comprobado)
Algunos historiadores apuntan a una leyenda creada a partir de la degradación del papado en el siglo X, cuando además tantos papas llevaron el nombre de Juan; parecía por lo tanto un nombre ideal para la legendaria papisa mientras existe quien la entiende como aplicable en general a la venenosa influencia femenina que durante el siglo X hubo sobre el papado.
Otros investigadores se esforzaron por encontrar en varios acontecimientos y reportes una base definitiva para el origen de la leyenda. Leo Allantius la relacionó con la falsa profetisa Theota, condenada en el Sínodo de Mainz (847); Leibniz revivió la historia de un supuesto obispo Johannes Anglicus que llegó a Roma y ahí fue reconocido como mujer.
La explicación de Döllinger ha encontrado en general mayor aprobación (“Papstfabeln”, Munich, 1863, 7-45). Él reconoce que la leyenda de la Papisa Juana es un vestigio de alguna tradición del folklore romano ligada originalmente con ciertos monumentos antiguos y costumbres peculiares. Una antigua estatua descubierta en tiempos de Sixto V en una calle cercana al Coliseo, la cuál muestra una figura con un niño, fue considerada por el pueblo como la representación de la papisa. En la misma calle fue descubierto un monumento con una inscripción, al final de la cuál aparece la bien conocida fórmula P.P.P. (proprie pecuniâ posuit) junto con un nombre con prefijo que dice: Pap. (?Papirius) pater patrum. Esto pudo fácilmente haber dado origen a la inscripción mencionada por Jean de Mailly más adelante se destacó con ocasión de la inauguración formal de la Basílica de Letrán que el recién electo Papa siempre estuvo sentado en una silla de mármol. Esta silla era un antiguo mueble de baño “sella stercoraria” de los que había tantos en Roma; el Papa la usó realmente para descansar. Pero la imaginación popular llevó a pensar que así se probaba el sexo del Papa, con el fin de evitar que, de ahí en adelante, una mujer alcanzara el Trono de San Pedro siempre según la leyenda, la suplantación de Juana obligó a la Iglesia a proceder a una verificación ritual de la virilidad de los papas electos. Un eclesiástico estaba encargado de examinar manualmente los atributos sexuales del nuevo pontífice a través de una silla perforada. Acabada la inspección, si todo era correcto, debía exclamar: “Duos habet et bene pendentes ” (Tiene dos, y cuelgan bien)Verdad o mentira? probablemente nunca lo sabremos porque si así lo fuera los implicados se han encargado de borrar todo rastro como ha sucedido con muchos otros hechos de la historia de la humanidad, en todo caso ahí les dejamos los puntos a favor y en contra y cada quien es libre de elegir si creer o no.