La Batalla de Karánsebes tuvo lugar durante la guerra Ruso-Turca (1787-1792), en la tarde del 17 de septiembre de 1788, entre diferentes partes de un ejército austríaco que creía estar luchando contra tropas del Imperio Otomano. Una extraña serie de circunstancias la convirtieron en la batalla más absurda de la historia.
Ese dia, hacía un año que había estallado la enésima guerra entre los imperios austríaco y otomano, y un ejército austríaco de 100.000 hombres se dirigía hacia la ciudad fronteriza de Karansebes (en la actual Rumanía) para acampar en vísperas de una invasión. La mayoría de las tropas austríacas las conformaban pueblos sometidos (italianos, serbios, croatas, húngaros, rumanos) y muy pocos de los soldados hablaban alemán, la lengua del emperador.
Los primeros en llegar fueron una vanguardia de húsares con la misión de explorar y limpiar el territorio de posibles enemigos, pero no encontraron un solo soldado turco. En su lugar apareció un grupo de gitanos que vendían aguardiente, así que los soldados les compraron unos cuantos barriles y empezaron a beber mientras llegaban los refuerzos.
Un tiempo después llegó un contingente de infantería compuesto por eslavos, lombardos, austriacos, etc, que solicitó su correspondiente trago de aguardiente. Sin embargo, los húsares (ya borrachos) se negaron a darles nada y construyeron barricadas en torno a los barriles de licor. Comenzó entonces una agria disputa entre los dos contingentes que culminó con un disparo al aire.
Entonces todo se desató. Los rumanos creyeron que el disparo lo había hecho un francotirador turco y comenzaron a gritar. “¡Turcii! ¡Turcii!”, “¡Los turcos!”. Los húsares salieron corriendo. Los infantes se desbandaron.
En un intento por imponer orden, los oficiales austríacos entraron en escena y comenzaron a gritar “¡Halt!”, “Alto”. Sin embargo los soldados creyeron oír “¡Alá!”, el grito de guerra de los otomanos, y el caos se multiplicó.
Coincidió entonces que llegaban otros grupos de tropas. Desde la distancia, un oficial de caballería vio a los húsares dando vueltas alrededor del campamento revuelto. No le cupo la menor duda, debía ser un ataque de la caballería turca. Así que ordenó una carga, sable en mano, contra lo que creía el enemigo.
Al mismo tiempo, la carga de caballería fue vista desde otro punto por un cuerpo de artillería. Creyendo sin duda que eran los turcos, los artilleros abrieron fuego contra los jinetes. Ya enloquecidos, los soldados se dispersaron en pequeñas bandas que disparaban a todo lo que se movía, creyendo que los turcos estaban por todas partes.
Aterrorizados por completo, los soldados hacían fuego contra todo aquello que se les acercaba sin ver que a quienes disparaban era a sus propios compañeros. Para cuando los generales austríacos pudieron hacerse con el control de la situación, ya era demasiado tarde, gran parte de las tropas se habían aniquilado entre ellas y los que quedaban en pie se encontraban confundidos y conmocionados.
Así se sucedieron las horas de batalla hasta que en un momento dado todos decidieron que había llegado el momento de emprender la huida. Durante ésta el caballo del emperador se espantó y José II acabó en una poza.
Dos días más tarde llegaron a Karánsebes los turcos, quienes, como es de esperar, no encontraron ninguna resistencia, sino todo lo contrario. Cerca de 10.000 hombres habían muerto o se encontraban gravemente heridos ¡por fuego amigo!.
Tras la tragedia, el emperador José II escribió al canciller Kaunitz:
“Este desastre sufrido por nuestro ejército a causa de la cobardía de alguna de nuestras unidades aún es incalculable. El pánico reinaba por doquier, en nuestro ejército, en el pueblo de Karánsebes y en todo el camino hasta Timisoara, a diez leguas largas de allí. No puedo describir con palabras los terribles asesinatos y violaciones que se produjeron.”
El alcohol, la avaricia y la confusión de lenguas fueron los detonantes de esta estúpida batalla que ha quedado como una de las más absurdas de la historia.