Francia, 1795. El final del Terror revolucionario desencadenó una oleada de euforia en París cuando los ciudadanos dieron en celebrar el hecho de que seguían estando vivos. Apenas había desaparecido de la vista la guillotina cuando se abrieron en la ciudad un centenar de salones de baile, aprovechando cualquier espacio disponible, incluso monasterios abandonados e iglesias medio derruidas. Los parisinos pudieron finalmente lucir de nuevo sus mejores galas, y los hombres reaparecieron como petimetres empolvados y las mujeres con escandalosos vestidos de una gasa blanca diáfana que era casi totalmente transparente, aunque debajo llevaban un body de color carne.
Pero los eventos más desenfrenados eran supuestamente “les bals des victimes” (los bailes de las víctimas), a los que solo podían asistir los familiares de las personas que habían pasado por la guillotina. Algunos historiadores insinúan que estas alocadas fiestas clandestinas nunca tuvieron lugar, ya que la mayor parte de las referencias sobre dichos bailes se publicaron años más tarde, en memorias e historias de la década de 1820. Pero muchos creen que hay algo de verdad, ya que se mencionaron en el diario parisino Le Censeur Dramatique y en periódicos de refugiados políticos en 1797, y la memoria popular de los hechos tiene vívidos recuerdos.
De acuerdo con las memorias de supuestos testigos presenciales como Étienne de Jouey y el general Philippe Paul de Ségur, los vals dels victimes eran organizados por aristócratas supervivientes en 1794 y 1795. Para entrar, los invitados tenían que presentar en la puerta pruebas documentales de la pérdida de su ser querido. Una vez dentro, podían unirse a una danse macabre alimentada con champán bajo la fastuosa luz de las arañas. Las mujeres solían llevar al cuello cintas de color rojo sangre a modo de insignias de su pérdida. Algunas, como la encantadora Josephine de Beauharnais, futura madame Bonaparte, habían escapado por poco a la guillotina y les habían rapado el pelo mientras estaban en la cárcel, listas para subir al cadalso.
Este estilo harapiento se convirtió en una nueva moda y recibió el nombre de coiffure à la guillotine. Del mismo modo que los rusos blancos 120 años después, los invitados se daban a frenéticos excesos para borrar los malos recuerdos. “¡Francia baila!”, escribió un historiador del siglo XIX de estas veladas, donde se mezclaban el trastorno de estrés postraumático con el sentimiento de culpa del superviviente. “¡Baila para vengarse, baila para olvidar!”.
El baile de las víctimas decayó finalmente, pero otras innovaciones posteriores al Terror incluían los primeros anuncios personales en el Año IV (1796). Muchos de aquellos petites afiches en las secciones de anuncios por palabras de los periódicos parisinos habían sido escritos por mujeres que se describían como de entre dieciocho y veintidós años de edad, hermosas, de amplia educación y en busca de “una posición con un caballero soltero”, obviamente mujeres de la antigua corte real que se encontraban sin medios de subsistencia. Otras autoras eran más independientes: una dama de cincuenta años se anunciaba como poseedora de “alojamiento, dinero y una apariencia no demasiado asolada”, aunque una beldad más joven ofrecía su corazón a “cualquier hombre que de verdad lo merezca”.
En el París posrevolucionario, a medida que las emociones se exaltaban tanto para aristócratas como para patriotas, los psicoterapeutas habrían hecho su agosto.