¿Tienen algunos paises la tecnología para crear terremotos?
El gran terremoto que el 30 de mayo de 2007 asoló Afganistán, provocando cerca de 5.000 muertos, fue una catástrofe que a muchos científicos no sorprendió demasiado. Desde la vecina república de Tayikistán, uno de los antiguos estados de la URSS, varios científicos de origen ruso no dudaron en afirmar que el seísmo no era más que una consecuencia de las pruebas nucleares que días antes habían realizado India y Pakistán. El 11 de de mayo la India había efectuado una prueba nuclear subterránea, que fue seguida dos días después por otra más. Pakistán, su adversario regional, no se quedó con los brazos cruzados y el mismo 30 de mayo realizó al menos cinco ensayos nucleares en el desierto de Rajastán. Al parecer, fueron demasiadas detonaciones nucleares para la estabilidad sísmica de la zona y se cobraron un cruel peaje de víctimas en el vecino Afganistán.
La posibilidad de provocar terremotos con armas nucleares no se ha descubierto ahora. Hace casi diez años, en abril de 1999, el profesor de Geografía de la Universidad de New Brunswick Frederickton (Canadá) Gary Whiteford presentó un trabajo en el marco de la II Conferencia Internacional sobre Naciones Unidas y Paz Mundial en el que indicaba que había evidencias de que ciertos seísmos de los años anteriores estaban relacionados con explosiones nucleares. No parece probable que este dato pasara desapercibido para los estrategas militares de las grandes potencias, que sin duda habían desarrollado planes para realizar una guerra sísmica que podría generar el caos y bloquear las vías de suministro de un país enemigo en caso de conflicto. Según distintos estudios, entre 1951 y 1988 al menos 32 terremotos muy destructivos estuvieron precedidos por una explosión nuclear que se produjo entre uno y cuatro días antes, la mayoría el mismo día de la prueba. Estos seísmos causaron al menos un millón de muertos, víctimas inocentes del ansia de los poderosos por desarrollar un arma mortífera de destrucción global.
El complot Haarp
Las posibles huellas de una explosión nuclear en el epicentro del terremoto que azotó la región china de Sichuan en mayo de 2008 no son los únicos hechos anómalos que lo acompañaron. En las horas previas numerosos testigos pudieron apreciar la aparición de unas extrañas nubes de colores sobre la zona próxima al epicentro, unas nubes de sorprendente apariencia que recordaban las extrañas luces que iluminaron el cielo de la región de Tangshan (China) momentos antes de que otro terrible movimiento de tierra acabase con la vida de cerca de 250.000 personas el 28 de julio de 1976. Ambos fenómenos fueron fotografiados por algunos de los numerosos testigos, y el estudio de esas imágenes dio pie a algunas teorías sobre su supuesto origen artificial. En el terremoto de 1976 se constató que muchos árboles presentaban sus hojas quemadas y retorcidas, como si hubiesen sido afectadas en una extensa zona por algo parecido a una poderosa radiación de microondas. La responsable de estos extraños efectos podría ser la energía generada a través de algunos avanzados programas militares de empleo de radiaciones electromagnéticas. Más recientemente, el Proyecto Haarp –siglas que corresponden en inglés a “Programa de Investigación Activa de las Auroras con Alta Frecuencia”– es uno de los principales sospechosos de la utilización de estas tecnologías. Su propósito es aparentemente inocente, el estudio de las auroras boreales y la atmósfera, pero muchos investigadores creen que oculta unos fines más ambiciosos y siniestros. Desde el enorme complejo de antenas que mantiene desplegado en Alaska (EE.UU.) es posible emitir grandes cantidades de energía electromagnética a la alta atmósfera. Muchos investigadores creen que, tras rebotar en la ionosfera, estas ondas se dirigen posteriormente contra la corteza terrestre y pueden producir terremotos. Según varios investigadores que han estudiado cómo se podrían crear terremotos a través de las microondas de Haarp, estas calientan la ionosfera, lo que produce que esta capa ascienda y genere un descenso de una enorme masa de aire, que finalmente provoca el movimiento sísmico. Antes de uno de los terremotos de China un satélite taiwanés detectó una reducción del 50% de la energía eléctrica en la ionosfera sobre el área en el que se produjo el movimiento de tierra, un hecho compatible con la tesis que los atribuye a las ondas de Haarp. El seísmo se podría deber a la resonancia de las ondas en el subsuelo, lo que provocaría la vibración de las diferentes capas. También es posible que las microondas de alta energía calienten el agua subterránea de forma parecida a como se calienta el agua en un horno basado en esta tecnología y que el aumento de la presión interna en las diferentes capas subterráneas acabe provocando el terremoto. En el caso del terremoto de China de 1976 la espectacularidad de los fenómenos que ocurrieron durante los días previos llegó hasta las páginas de diarios del prestigio de The New York Times,
que informó de que poco antes el cielo se había iluminado, como si se hiciera de día pese a que eran las tres y media de la madrugada, con luces multicolores en las que predominaban el blanco y el rojo.
Guerra fría
Dos años después, el doctor Andrija Puharich escribió que ese seísmo había estado rodeado de unas circunstancias que lo hacían especial. Ya entonces era un secreto a voces que tanto Estados Unidos como su antagonista, la Unión Soviética, llevaban años desarrollando técnicas de control ambiental. Como ejemplo de esa parte todavía poco conocida de la Guerra Fría se puede recordar que 24 días antes del terremoto de Tangshan los servicios de escucha del departamento de Seguridad Nacional de EE.UU. registraron un aumento de la intensidad de las emisiones en la banda de frecuencias ultralargas, en torno a los 10 Hz, procedentes de la URSS. Una frecuencia que ya se sabía por anteriores investigaciones que podría afectar a la corteza terrestre. Poco después, en 1981, el diario The Washington Post publicó una información en la que relacionaba el incremento de terremotos entre los años 1979 y 1980 –en torno a un 30% más, con cinco veces más víctimas mortales– con el aumento de las señales radioeléctricas de onda muy larga, procedentes tanto de Estados Unidos como de la URSS. Tampoco parece una casualidad que momentos antes de varios terremotos –como los que se produjeron en el sur de California en los años 1986 y 1987 y los de Armenia y Japón en 1989– se detectasen desde los satélites de observación unas misteriosas ondas radioeléctricas