Deshaciendose de la muerte
El Aral también es tristemente famoso por la isla de Vozrozhdenie (Renacimiento), que en la época soviética fue polígono de armas bacteriológicas. En 1988, en plena perestroika de Gorbachov, los científicos uralenses trasladaron desde Yekaterimburg a Uzbekistán centenares de toneladas de bacterias de ántrax, que fueron enterradas en la isla. La mortífera carga fue puesta en barriles con lejía y enviada con gran secreto en un tren de 12 vagones. En Renacimiento, los soldados cavaron grandes hoyos y enterraron los gérmenes.
Tras desaparecer la URSS, los soldados rusos abandonaron la isla en 1992, y unos tres años después científicos militares de EE UU comenzaron a viajar en misiones secretas a la isla para tomar muestras de las bacterias enterradas. Pese a que las bacterias habían sido tratadas con lejía al menos dos veces (al ponerlas en los barriles y al enterrarlas) y estar cubiertas por un metro y medio de arena, algunas de las esporas aún sobrevivían con vida. El problema de contaminación es claro, y aumenta por el hecho de que, debido a que el Aral se está desecando, la isla terminará por dejar de ser tal y se uniría a la tierra firme.
Después de los ataques postales con ántrax en EE UU, los temores por las bacterias enterradas en Renacimiento crecieron. Y el año pasado Uzbekistán y EE UU firmaron un acuerdo por el cual Washington ayudaría a los uzbekos a descontaminar la isla, para lo cual EE UU ha asignado más de cinco millones de euros. Los trabajos, en un principio de valoración del peligro que presentan los gérmenes patógenos enterrados, comenzaron en mayo de 2002. La isla está dividida entre dos países, Uzbekistán y Kazajstán, y las labores de descontaminación abarcan sólo la parte uzbeka, aunque en la otra también hay ántrax enterrado.
El objetivo principal es evitar que el ántrax llegue a tierra firme. La amenaza es real, puesto que cuando la isla termine por desaparecer, la tormentas de polvo pueden desenterrar las esporas, y ser acarreadas por el viento, por saltamontes o por roedores a zonas más pobladas de Uzbekistán y Kazajstán. Por eso lo que hay que lograr es que la descontaminación gane la carrera al desecamiento.
Fuente:
Gérmenes en libertad
por Eileen Choffnes
Los ensayos con bioarmas contaminaron sitios alrededor del mundo. ¿Se corregireá algún día el Embrollo?
En 1988, científicos soviéticos se apresuraban a destruir su arsenal secreto de ántrax, que habían fabricado en violación de la Convención de Armas Biológicas y Toxínicas (CAB). Alarmados por la posibilidad de que Occidente se percatara y pidiera inspecciones, los soviéticos tomaron rápidamente medidas para no dejar rastros. Los científicos colocaron cientos de toneladas del letal polvo rosado en unos enormes botes de acero inoxidable, le rociaron cloro para matar las esporas, y después enviaron los tambores en un viaje de 1,500 km en tren a una remota isla del Mar Aral, un polígono de ensayos secretos de armas biológicas. Allí los soldados descargaron los lodos en 11 fosas de poca profundidad, echaron más cloro y enterraron la mezcla de ántrax debajo del suelo arenoso de la Isla de Vozrozhdeniye.
Ahora, más de una década después, el Mar Aral se está contrayendo, y los lodos posiblemente se estén disolviendo en la arena. Se espera que, conforme el lago continúe retrocediendo, la isla finalmente se conecte con la tierra firme, con lo que la población–y potenciales proliferadores–quedarían comunicados a una fuente peligrosa de patógenos de propiedades especiales, como virulencia y persistencia ambiental acrecentadas y resistencia antibiótica.
Cada uno de los principales contendientes de la Segunda Guerra Mundial tuvo un programa de armas biológicas, y muchos de los polígonos de los ensayos de campo de estos países siguen siendo reservorios de enfermedades. Aunque los programas puedan haber terminado, los patógenos que mediante ellos se liberaron persisten en las poblaciones de animales, aves, reptiles e insectos que habitan esas zonas de pruebas. A menos que se extremen precauciones para asegurar los campos de ensayos, los patógenos que alguna vez fueron liberados en el medio ambiente se adaptarán a nuevos huéspedes y propagarán enfermedades a zonas nuevas.
Una grave deficiencia
En 1969, el presidente estadounidense Richard Nixon renunció, de manera unilateral, a la utilización de armas biológicas y acotó a medidas defensivas el enfoque de la Investigación y el Desarrollo estadounidenses de técnicas de guerra biológica. Estados Unidos promovió la CAB en 1972; el Senado lo ratificó en 1975. Hasta la fecha, 162 países han firmado el tratado y 144 lo han ratificado. Desde que entró en vigor, ha habido reportes de que numerosos países tienen–o están desarrollando–la capacidad de producir armas biológicas. Estos países incluyen a Rusia, Siria, Irak, Irán, Libia, Corea del Norte, China, Israel, Egipto, Cuba, Taiwán, Rumania, Bulgaria, Pakistán, la India y Sudáfrica. Con la excepción de Israel, cada uno de ellos ha firmado y/o ratificado la CAB. Si estos países tienen, o tuvieron, programas de AB clandestinos, también es probable que cuenten con polígonos de ensayos secretos.
La cuestión de si se declarará, investigará y finalmente se remediará, o no, el embrollo de Vozrozhdeniye y otros sitios alrededor del mundo podría resolverse más adelante durante este año. Aunque el tratado sobre bioarmas haya tenido un éxito relativo en convertir instalaciones de producción de agentes biológicos a gran escala, como las de Stepnogorsk, a infraestructura con fines civiles, ha fracasado totalmente en identificar–por no hablar de eliminar–los impactos ambientales asociados con los polígonos de ensayos como el de la Isla de Vozrozhdeniye. El tratado hace mutis en relación con el tema de si se debe, y de cómo se puede, identificar, caracterizar y mitigar los impactos ambientales y la proliferación de riesgos asociados con los campos de pruebas. Los tipos de polígonos de ensayos en campo, y las instalaciones y actividades ubicadas y realizadas en ellos, que se tendrán que declarar sigue siendo un punto de discrepancia entre los negociadores del Grupo Ad Hoc de Estados Partes de la CAB.
Mucho se ha hecho para frenar el flujo de materiales, recursos y conocimientos a los países proliferadores, pero se ha pensado muy poco en las amenazas persistentes que constituyen los polígonos de ensayos de campo con vigilancia poco estricta ubicados en varias partes del mundo. En la medida en que se vuelva más difícil obtener agentes patogénicos de fuentes privadas y públicas, los terroristas o naciones que quieran adquirir la capacidad de producir armas biológicas podrían sentirse tentados a obtenerlos de colecciones de flora y fauna silvestres o de otras fuentes ambientales de esos agentes.
El Grupo Ad Hoc debe considerar la conveniencia de declarar e investigar polígonos de ensayos de campo pasados o actuales cuando celebre su próxima reunión en Ginebra (tentativamente programada para mediados de abril), como parte del régimen de inspecciones que se está negociando para “sitios declarados”, porque una declaración tal sería el primer paso para asegurar el cumplimiento del tratado. Hasta que eso suceda, se requiere invertir más recursos en la vigilancia global de brotes de enfermedades exóticas o insólitas que podrían deberse a una liberación accidental o intencional de patógenos provocada por actividades e instalaciones clandestinas.
El legado de los ensayos de campo
Se usaron polígonos de ensayos de campo para estudiar el potencial de provocar enfermedades de una variedad de agentes, así como para determinar las dosis necesarias, los métodos de diseminación, características de dispersión y si un agente causaba una enfermedad contagiosa. Los programas AB probaron y evaluaron sistemas de diseminación que incluyen bombas aéreas, submuniciones de bombas, tanques de aspersión aérea, ojivas de misiles balísticos, granadas de artillería, cohetes, ojivas de misil de crucero y sistemas de diseminación y contaminación clandestinas. Con frecuencia los polígonos de ensayos de campo parecen, al menos por fuera, ejemplos de “prístinos” espacios naturales sin explotar, pero sus poblaciones de animales residentes son, de hecho, reservorios permanentes de enfermedades y una fuente potencial de agentes patógenos que podrían ser obtenidas fácilmente por alguna nación proliferadora o por terroristas potenciales. Consideremos los sitios de pruebas de la Unión Soviética, Gran Bretaña y Estados Unidos:
La ex Unión Soviética
De lejos el complejo de armas biológicas más grande que se haya creado fue el de la Unión Soviética. Había dos importantes grupos de instalaciones que se dedicaban a investigar y desarrollar, producir y ensayar armas biológicas: un sistema controlado por las instituciones militares que databa de los años veintes, y Biopreparat, un programa ultrasecreto que operó bajo cobertura civil de 1972 hasta 1992.
Paradójicamente, el tratado de bioarmas dio ímpetu a la expansión del programa soviético. Los soviéticos creyeron que EE.UU. continuaría con su programa de guerra biológica ofensiva a pesar de su renuncia oficial. Como consecuencia, el programa soviético no sólo alcanzó sino que superó al de EE.UU., y se convirtió en el programa de armas biológicas más sofisticado del mundo. Su tamaño y alcance eran enormes; ya para principios de los noventas más de 60,000 personas se dedicaban a la investigación, desarrollo y producción de armas biológicas, y almacenaron centenares de toneladas del agente del ántrax así como docenas de toneladas de otros patógenos, incluyendo los de la viruela y la peste.
Durante décadas Vozrozhdeniye fungió como el principal polígono de ensayos de AB al aire libre de la Unión Soviética. La isla, “el cementerio de ántrax más grande del mundo”, tenía un complejo de ensayos en la parte sur y una población militar en el norte (que ahora se encuentra en territorio uzbeko y kazajo, respectivamente). El polígono de ensayos se utilizó para estudiar los patrones de diseminación de los aerosoles de agentes de guerra biológica y los métodos para detectarlos, así como el rango efectivo de las bombas atomizadoras de racimo llenadas con diferentes tipos de agentes biológicos. Se realizaron experimentos con ganado y animales de laboratorio. Los científicos liberaban rutinariamente organismos letales al aire–de la peste, viruela, brucelosis, tularemia y por supuesto, ántrax. La responsabilidad de las muertes masivas de peces locales, brotes de peste y otros casos de enfermedades infecciosas se ha atribuido a los ensayos, y a pesar de casi una década de inactividad, la isla continúa siendo una zona de peligro. Muestras del suelo indican que algunas de las esporas de ántrax enterradas, y otros patógenos, siguen siendo viables y son potencialmente letales.
Conforme se va contrayendo el Mar Aral y la isla va creciendo, también aumentan las amenazas a la salud pública y la probabilidad de un desastre ambiental y de la proliferación de armas biológicas. El acceso más fácil a la isla significa que será más fácil que los patógenos que aún están contenidos en Vozrozhdeniye escapen o que alguien los recoja para fines de proliferación. La desecación del Mar Aral ha dejado lo que es virtualmente un puente terrestre a la tierra firme de Uzbek, por lo que buscar un remedio es un asunto de alta prioridad.
Los ensayos de campo terminaron en 1992 después de que Boris Yeltsin ordenó la clausura de todos los programas de AB ofensivas. Los documentos oficiales que explican qué sucedió en la isla se han “extraviado” o ya no existen. Luego del decreto de Yeltsin, el gobierno ruso aseveró que en un período de dos a tres años la isla quedaría descontaminada y sería transferida al control de Kazajistán. Tres años más tarde, expertos de EE.UU. visitaron la isla y confirmaron que el sitio se había desmantelado y abandonando pero no informaron sobre el grado de descontaminación.
Los expertos de Uzbekistán y Kazajistán están sumamente preocupados de que el ántrax enterrado y otros patógenos que se probaron en la isla lleguen a tierra firme, ya sea por conducto de animales portadores de enfermedades o por la contaminación accidental de trabajadores abocados a actividades como la explotación petrolera, lo cual podría reactivar patógenos que han estado en reposo desde mucho tiempo. En el marco del programa estadounidense denominado Reducción Cooperativa de Amenazas actualmente se está negociando un convenio por U.S. $6 millones, con duración de tres-años, con Uzbekistán y Kazajistán para desmantelar instalaciones de producción de ántrax en Stepnogorsk, y para descontaminar las fosas de desecho de ántrax y concluir la eliminación de las instalaciones ubicadas en la isla.8 Dados su tamaño y los formidables retos técnicos y financieros implicados, es poco probable que el sitio de Vozrozhdeniye pueda limpiarse sin ayuda externa.
Gran Bretaña
El proyecto de guerra biológica de Gran Bretaña se inició en febrero de 1934. Paradójicamente, los británicos tuvieron curiosidad de aprender acerca de la utilidad de las armas biológicas como consecuencia de un tratado internacional, el Protocolo de Ginebra, firmado en 1925, que tenía el objetivo de prohibir su uso. El Departamento Biológico “Porton” (BDP), ubicado a poca distancia de Stonehenge, se estableció en octubre de 1940 en la ciudad de Porton Down, con el propósito de desarrollar y ensayar armas biológicas. Con la ayuda de EE.UU. y Canadá, Gran Bretaña centró su investigación ofensiva en microbios que atacaran al ganado y que pudieran atomizarse para ser diseminados al explotar submuniciones o mediante aerosoles. El BDP también estudió los efectos de la inhalación de aerosoles sobre los organismos terrestres y no terrestres. Para el verano de 1942, el Departamento Biológico estaba listo para realizar pruebas de campo con ántrax a fin de determinar la viabilidad de una bomba biológica.
Se escogió la Isla de Gruinard, un lugar remoto y pedregoso a 800 m de la costa noroeste de Escocia, para los primeros ensayos británicos con ántrax. La isla, situada cerca de un pueblo de pescadores llamado Aultbea, es un crestón de roca cubierto de brezo, con 90 m de alto, 2.4 km de largo, y 1.6 km de ancho. La primera arma con la que se realizó un ensayo en Gruinard empleaba una bomba química modificada de 11 kilos, 43 cm de alto y 14 cm en diámetro, y se cargaba con una “mezcla espesa y de color café” con esporas de ántrax concentradas. Después de llenarse con esta pasta aguada, la bomba se transportaba de tierra firme escocesa a Gruinard, y luego se lanzaba desde un bombardero Wellington.
Los ensayos de Gruinard demostraron que los gérmenes podían producirse, transportarse y cargarse en submuniciones que se hacían explotar sobre las áreas objetivo sin destruir los frágiles organismos vivos que propagaban la infección. Sobrevivieron las esporas y continuaron los ensayos, pero el medio ambiente sufrió. Los cadáveres de ovejas contaminadas con ántrax que se habían usado como sujetos de estudio escaparon de los cementerios al pie de los acantilados de la isla y llegaron flotando hasta tierra firme; al menos un brote de ántrax entre el ganado de escocia se ha atribuido a las actividades en Gruinard. Con el tiempo, los británicos abandonaron sus ensayos con agentes biológicos en la isla.
Estados Unidos
El Programa de Investigación de Defensa Biológica de EE.UU. tuvo sus orígenes en la Segunda Guerra Mundial. Iniciado en 1942 dentro del Servicio de Guerra Química, su misión primordial era realizar investigación sobre el ántrax y el botulismo. La política de EE.UU. en relación con la utilización de armas biológicas durante y hasta poco después de la Segunda Guerra Mundial se orientaba únicamente a la retaliación. Desde la conclusión de la Segunda Guerra Mundial hasta 1969, cuando EE.UU. renunció a las armas biológicas ofensivas, el ejército desarrolló la capacidad de construir armas biológicas tanto ofensivas como defensivas.
Todos los polígonos de ensayos de campo de EE.UU. se abandonaron al término de la guerra–con la excepción del Campo de Pruebas de Dugway, en el estado de Utah. Entre 1951 y 1969, se realizaron centenares, si no es que miles, de ensayos de guerra biológica al aire libre en Dugway, en los que se usaron humanos voluntarios y animales como sujetos de estudio. Muchos de los ensayos de dispersión de aerosoles realizados durante la Guerra Fría introdujeron enfermedades no endémicas (o incrementaron el alcance geográfico de las enfermedades endémicas) en Utah y en los estados circunvecinos, incluyendo a la encefalomielitis, fiebre manchada de las Montañas Rocosas, psitacosis, fiebre Q, ántrax, brucelosis, peste, tularemia, y enfermedad hidatídica, todas las cuales actualmente se consideran endémicas entre la flora y fauna nativa. En 1959 y 1960 se descubrió una epidemia de fiebre Q en la flora y fauna del desierto de Utah, pero se desconoce si la enfermedad fue el resultado de las pruebas de campo en humanos y animales en Dugway, que comenzaron a principios de los cincuentas. El Departamento de Salud de Utah también reportó casos de fiebre Q entre humanos–todos con posterioridad a 1955, cuando se hicieron los ensayos de campo en humanos y animales y se realizaron diseminaciones de gérmenes en Dugway.
Los ensayos no se limitaron al área de Dugway propiamente dicho. Se usaron al menos una veintena de otros sitios nominalmente administrados por el Campo de Pruebas de Dugway–incluyendo tierras públicas de uso irrestricto–entre finales de los años cuarentas y los años sesentas, para probar prácticamente todo lo que el ejército tenía en su arsenal de AB, desde roya negra del trigo hasta Pyricularia grisea, pasando por el ántrax y la peste. De manera intencional, el ejército infectó y puso en libertad a diversos animales e insectos para determinar la velocidad y el alcance de la dispersión de enfermedades a través de poblaciones animales nativas. El programa de ensayos del ejército en agentes vivos, que se diseñó para incluir ensayos en el mar, en los trópicos y en el Ártico, llegó mucho más allá de los límites continentales de EE.UU. y abarcó sitios en Alaska, Centroamérica, el Lejano Oriente, el Caribe y varias partes del Océano Pacífico. A fin de determinar las reacciones de animales, plantas y humanos a una exposición a agentes putativos de armas biológicas, el ejército habría realizado ensayos clandestinos en Corea del Sur, Liberia, Egipto y Okinawa. En 1981, tropas que se estaban entrenando en el Centro de Entrenamiento para la Guerra Selvática, en Fort Sherman, Panamá, contrajeron una enfermedad transmitida por moscos que se llama Encefalitis Equina Venezolana (EEV)–brote que finalmente se vinculó con experimentos militares llevados a cabo en 1970. Como consecuencia de este ensayo, la EEV continúa siendo una amenaza endémica en ciertas zonas de Centroamérica.13
Se ha avanzado poco hasta la fecha hacia el objetivo de identificar, sin hablar de contener o eliminar, la contaminación en Dugway, a pesar del requisito que estableció la Defense Environmental Restoration Act [Ley de Restauración del Ambiente por las Fuerzas de Defensa] , aprobada por el Congreso en 1986. Se ha otorgado aún menos consideración y atención a la necesidad de definir la naturaleza y el alcance de los problemas causados por los ensayos en Dugway y otros lugares alrededor del mundo.
¿Recuperación?
Los retos implícitos en la recuperación ambiental en los polígonos de ensayos son formidables y técnicamente difíciles y requieren cantidades intensivas de recursos. En algunos casos, los campos de ensayos no son susceptibles de limpiarse con tecnologías actuales y podrían, por consiguiente, permanecer como reservorios de enfermedades a perpetuidad, con lo que, en esencia, pasarían a ser “zonas de sacrificio nacional”. De hecho, sólo existe un antiguo polígono de ensayos, el de la Isla de Gruinard, que “oficialmente” se haya limpiado. Después de una serie de intentos fallidos de erradicar el ántrax de la isla, en 1986 el gobierno británico eliminó finalmente los focos de infección de la isla con una mezcla de formaldehído y agua marina.
Es imposible saber si alguien–ya sea un “Estado paria” o un terrorista decidido–ha obtenido ya materiales patogénicos de alguno de los polígonos de ensayos. Sin embargo como sugiere Ken Alibek, ex subdirector de Biopreparat, quien testificó el año pasado ante el Comité de Servicios Armados de la Cámara de Representantes de EE.UU., “una organización o un individuo decididos podrían obtener cepas virulentas de microorganismos de sus reservorios naturales”. Por ello resulta tan inquietante la situación en la Isla de Vozrozhdeniye y en otros lugares donde se realizaron ensayos de campo.
El trabajo del Grupo Ad Hoc de Estados Partes de la CAB, que se creó en enero de 1995 bajo la presidencia de Tibor Toth, de Hungría, se aproxima a su conclusión. Los negociadores han llegado a un acuerdo general acerca de las principales disposiciones del protocolo en cuanto a las declaraciones obligatorias, los procedimientos de seguimiento a las declaraciones y de investigación de preocupaciones por casos de incumplimiento. Pero el grupo aún no ha incluido los ex polígonos de ensayos, sean ofensivos, defensivos o “mixtos”, en sus definiciones, declaraciones sobre instalaciones o regímenes de inspección, ni tampoco ha tomado medidas para garantizar que los posibles proliferadores no lleguen a las fuentes potenciales de agentes patógenos.
La limpieza y el aseguramiento de los polígonos de ensayos, tanto actuales como antiguos, para evitar que los potenciales proliferadores tengan acceso a ellos, debería incluirse en la agenda de la Conferencia de Revisión de la Convención de Armas Biológicas, durante su reunión en Ginebra, en noviembre de 2001. Mientras tanto, es necesario invertir mayores recursos en la vigilancia de enfermedades humanas y animales para detectar brotes nuevos o sospechosos de enfermedades agrícolas y humanas a fin de identificar, caracterizar, contener y mitigar las persistentes amenazas que representan las actividades de ensayo de AB, sean pasadas o actuales.
¿Donde está el liderazgo de EE.UU.?
EE.UU. gasta miles de millones de dólares en programas de “defensa de la patria” a fin de mitigar o minimizar las consecuencias sobre la salud humana asociadas con potenciales ataques biológicos, pero parece acordarle una prioridad muy baja a las estrategias de prevención de la proliferación a nivel internacional o interno, incluyendo el fortalecimiento de la CAB. La Federación de Científicos Estadounidenses ha hecho la observación de que “en lugar de ejercer un liderazgo creativo, EE.UU. se ha convertido en el mayor impedimento para los intentos de alcanzar un acuerdo sobre un protocolo para verificar el cumplimiento de la prohibición internacional de las AB”.
Los problemas inherentes a la verificación de la intención de las investigaciones médicas realizadas bajo auspicios militares, y la dificultad de detectar el desarrollo o la utilización de armas biológicas, han dado lugar a controversias aparentemente insolubles entre los Estados partes de la CAB. Algunos expertos han sugerido que hacer inspecciones personales de las instalaciones, con un aviso de poca anticipación, podría ayudar a solucionar estas controversias. Pero las inspecciones tienen un límite en cuanto a la verificación del cumplimiento de acuerdos sobre el desarme.
El equipo de seguridad nacional de George W. Bush, aunque expresa sus preocupaciones por la proliferación de las armas de destrucción masiva, ha dicho poco sobre las negociaciones en curso para fortalecer la CAB. Igualmente inquietante es el silencio de la Casa Blanca con Bush en relación con su apoyo a los acuerdos de control de armas en general, y a la CAB en particular.
El año pasado marcó el aniversario no. 25 de la CAB. Como un seguro contra el riesgo de que las naciones produzcan o empleen armas biológicas, durante los últimos nueve años la comunidad internacional ha trabajado para desarrollar un marco que fortalezca el tratado.
Estamos en una encrucijada. El Presidente Bush tiene la oportunidad de demonstrar un auténtico liderazgo mediante su ayuda al Grupo Ad Hoc para que llegue a una conclusión exitosa. En caso de que el grupo fracasara, el mundo podría enfrentarse a nuevos horrores que pondrían en peligro no sólo los intereses de seguridad nacional de EE.UU. sino los del planeta mismo.