Podemos hacernos a la idea, gracias al cine, de cómo es una tormenta perfecta en alta mar, cuando las olas se convierten en muros infranqueables y la lluvia y el viento hacen zozobrar hasta a los barcos más preparados. Hace un siglo, la noche del 31 de enero al 1 de febrero de 1911, se dieron una serie de condiciones meteorológicas que convirtieron lo que comenzó con un atardecer apacible en una noche infernal. Aquella noche se desencadeno la tormenta perfecta en la costa mediterránea, desde Barcelona hasta Valencia, con un resultado trágico de 140 pescadores y marineros muertos, escupidos en las playas al amanecer.
A raíz de la tempestad que azotó el litoral catalán y valenciano, la noche del 31 de enero al 1 de febrero de 1911, la tragedia pasó a denominarse “El Temporal de la Candelària o de la Candelera“, por ocurrir los sucesos en la onomástica de la susodicha.
En Cataluña el temporal se recuerda también como “L’Any de la desgràcia” (Año de la desgracia) o “La nit terrible” (La noche terrible), pero pese a que pescadores e investigadores catalanes han trabajado duro para recordar la efeméride, lo cierto es que no existe mucha documentación al respecto. Es más, años después de aquellas muertes ya se había olvidado la tragedia.
El silencio alrededor de la catástrofe se debe, fundamentalmente, a que afectó a gente de estrato social muy humilde (los pescadores) y a marineros de los buques que cargaban minerales desde el puerto de Sagunto. De esta manera aquel temporal se difuminó en el tiempo. A ello también contribuyeron las personas afectadas, que guardaron las desgracias en el seno familiar, como ha ocurrido en la gente del mar de Peñíscola, la localidad valenciana que más sufrió.
Ahora, el trabajo de investigación del Museo de Historia de Cambrils ha reactivado aquellos sucesos. Una exposición “1911. Sobrevivir a la tempestad” explica lo ocurrido en el Museu Marítim de Barcelona hasta el 28 de agosto.
Olas de 8 metros en el puerto
El temporal se prolongó durante varios días y participaron barcos de rescate. La población de las localidades costeras se movilizó para intentar salvar las barcas y recuperar los cuerpos sin vida de los pescadores. Eran otros tiempos. Apenas existían fuertes diques de protección en las capitales. Los puertos de pescadores eran ensenadas o refugios naturales tras los accidentes geográficos del litoral. El caso de Peñíscola es el más paradigmático. Murieron 27 personas del pueblo y tras los hechos la ciudadanía luchó para que se construyera un puerto. Una infraestructura que se terminó años después, en 1922.
Lo más curioso de aquel temporal es que no se le esperaba ni por asomo. Los pescadores siempre se refieren a esas fechas como a “les calmes de gener” (las calmas de enero), mes en el que el mar casi siempre se encuentra como una “balsa de aceite” como recuerdan los más mayores. Aquella noche del 31 de enero, sin embargo, la tormenta perfecta, un temporal de Levante, se alzó con furia y nada volvió a ser como antes. Barcas de pesca destrozadas, buques a vapor hundidos, cargas de naranjas con destino a Inglaterra perdidas en el mar y todo un reguero de cadáveres repartidos por la costa.
Un siglo después el Servicio meteorológico de Catalunya ha explicado lo ocurrido teniendo en cuenta los datos recabados por los observatorios que ya funcionaban en la época, los periódicos del momento, los archivos municipales y las aportaciones orales de los nietos de pescadores.
“Después de diversos días seguidos de bonanza, el día 31 de enero de 1911 se levantó de nuevo con el mar calmado y el cielo entre sereno y un poco nuboso, por lo que los pescadores salieron como cada día a faenar. A media mañana, sin embargo, una masa de nubes muy compacta comenzó a meterse desde levante hacia poniente e hizo encender las luces de alarma, pero la velocidad a la que el frente se desplazaba era demasiado rápida para que las barcas que se encontraban mar adentro pudieran regresar a la costa. El viento comenzó a soplar muy fuerte, primero de ‘gregal’ y después de levante y ‘xaloc’, el mar se embraveció rápidamente y, según las crónicas de la época, las olas superaron los 8 metros de altura en el puerto de Barcelona(…). Las rachas de viento alcanzaron los 80 km por hora”.
El diario “El Mercantil Valenciano”, publicaba en su portada:
(2-2-1911)
“En Castellón. Escollera destrozada”
“(…) Reina fuerte temporal de Levante, cuyos funestos efectos se han hecho sentir en el mar. El aspecto de éste es imponente. Las olas han destrozado la escollera en una extensión de 50 metros. Además arrebataron la grúa número 2 de 25 toneladas de peso. También desaparecieron muchísimas cajas de naranjas preparadas para el embarque. Cuando mayor era la furia de las olas, se vio llegar de arribada forzosa el “Inés II” del Club de Barcelona que se dirigía a Alicante a tomar parte en las regatas organizadas con motivo del viaje del rey a dicha capital. Como el puerto no ofrecía abrigo seguro al buque, su tripulación lo abandonó a merced de las olas. El vapor “Numancia”, aquí fondeado, corre inminente peligro. El temporal es de los más duros que ha conocido la gente de mar en estas costas. Hay algunos marineros heridos. En el Grao se ha hundido una casa, resultando varias personas heridas. En el puerto se hallan abandonadas varias parejas de las matrículas de Valencia, Peñíscola y Vinaroz. Sus tripulantes ante el peligro de que las olas las estrellen contra las rocas, han saltado a tierra.(…)”.
“En Burriana varó ayer un vapor holandés (…) pudiendo salir un bote salvavidas, auxiliado por los vapores fruteros ‘Mazorca’ y ‘Castilla’. El vapor varado en Moncófar, ‘Canguinian’, había encargado 600 cajas de naranja que tomó para Bristol y Cardiff. (…). De Peñíscola comunican que faltan 50 marineros que salieron de pesca. En la playa de Burriana ha causado enormes destrozos, perdiéndose la mayoría de barcas. Se teme por la vida de algunos marineros cuyo paradero se ignora”.
“Duelo y miseria. Datos oficiales. Espantosa catástrofe en Peñíscola”
“Los marineros muertos por la causa del temporal son los siguientes: Vicente Guzmán Navarro, apodado el Sigró, Jaime Guzmán Navarro, hermano del anterior y con el mismo apodo; Antonio Castells París, Agustín Guzmán Roig, Rafael Garsat, Marcelino Albiol, Antonio Aixa Pons, Vicente Albiol, Pascual Homa, Gabriel Guzmán y un ahijado de éste, llamado Ángel de 11 años de edad, Tomás Guzmán Aixa, Tomás, Antonio y Justo, hijos del anterior, Vicente Tomás Pedra, Mateo Esbrí, Romualdo Cabanes y un hijo suyo de 11 años, Francisco Martorell, de 13 años; Antonio Guzmán Roig, José Blanco, Agustín Mundo, Manuel Bayarri, Vicente Castells Homs, Marcos Aixa, de siete años, Antonio Salvador y cuatro hijos suyos de diferentes edades. Además hay otro cadáver que no ha podido identificarse todavía. Estos son los marineros cuyos cadáveres se han recogido ya pero faltan otros tripulantes cuya suerte se ignora(…). Según las afirmaciones de la gente entendida cada una de las barcas valía 1.500 duros. El cálculo aproximado del valor total de las ocho barcas incluyendo aparejos, enseres y útiles para la pesca se eleva a 30.000 duros”.
La tragedia del “Abanto”
La tempestad sorprendió a cuatro barcos frente a la costa de Sagunto. Desde hacía cuatro años, los empresarios vascos Sota y Aznar habían comenzado a embarcar desde aquí mineral procedente de las minas de Ojos Negros, sin embargo las instalaciones portuarias distaban mucho de estar acabadas, lo que dejó a las embarcaciones sin refugio posible.
Además, la fuerza del oleaje era imparable e, incluso, llegó a mover grandes piedras del embarcadero de más de 20 toneladas, según destaca en su investigación el estudioso local, Buenaventura Navarro. Así, el Somorrostro y el Salumendi quedaron encallados a pocos metros de la playa de Sagunt, este último con una pequeña vía de agua. Al quinto vapor, el Abanto, con 23 tripulantes, le esperaba la tragedia.
El impacto de una ola gigante provocó que le entrara agua por la chimenea apagando las calderas del navío. De este modo, el barco quedaba al antojo del oleaje que le llevaría a la deriva hasta el Grau Vell, donde acabaría encallando en la arena. Pero antes de que la tripulación pudiera ser auxiliada, una segunda ola engullió literalmente al buque y todos sus hombres hacia el fondo del mar.
Solo uno de los marineros logró salvar milagrosamente la vida. Se trataba de Francesc Mas Pomares, vecino de Crevillent, que ese día no se encontraba a bordo del Abanto por estar disfrutando de un permiso. Le correspondería la dantesca misión de ir identificando a sus compañeros conforme las olas iban depositando sus cuerpos desperdigados por toda la orilla.
La prensa de la época iría poniendo nombre a algunos de aquellos cuerpos aparecidos en la playa de Sagunto: el maquinista Alberto Rovenso, 40 años; el cocinero Juan Bilequina, 28 años; José N., ayuda de cámara, 14 años; Luis Blanco, palero, 26 años; los marineros José Mendiguchia y Felipe Oruece, 35 y 20 años. Otros fueron apareciendo en Puçol, Albuixech, Malva-rosa. Sus sepulturas se repartieron entre el cementerio de Valencia y Sagunto, donde todavía se puede ver la lápida que recuerda su desgracia.
Una tragedia que, además, acabó abriendo un intenso debate sobre las condiciones en que se encontraba el puerto de Sagunto y la incidencia que esto había tenido en el naufragio. En cualquier caso, para los marineros del Abanto, fue un debate que llegó demasiado tarde.