Fulguritas, cuando los rayos al caer se petrifican.

La huella del poder de un rayo en la palma de la mano.

Las fulguritas o “rayos petrificados”, son  huellas cristalinas que se quedan en la arena o en las rocas expuestas. Tan frágiles como hermosas, las fulguritas son lo más parecido a coger un rayo en la mano.

Pocos fenómenos naturales son tan poderosos y efímeros como los rayos.

La palabra fulgurita deriva de “fulgur”, que significa rayo en latín, y se producen cuando el rayo golpea el suelo. De promedio, un rayo tiene un gigajulio de energía – suficiente poder para alimentar una casa durante una semana, o 300 kilowatios-hora. Cuando cae en el suelo hace su presencia vaporizando la tierra y la arena a lo largo de su trayectoria, bifurcándose hasta los 6 metros de profundidad. La temperatura del silicio (dióxido de silicio) alcanza los 50.000 grados convirtiéndose en un tubo hueco alineado, lo que esencialmente es un cristal: la fulgurita.

Se estima que hay 16 millones de tormentas eléctricas anuales, la mayoría con múltiples rayos. Se piensa que estas condiciones han sido idóneas para la formación de fulgurita, con lo que el gran número de rayos que han golpeado el suelo arenoso durante innumerables siglos ha dado lugar a multitud de fulguritas (o fragmentos de las mismas) dispersas por el terreno.

Los arqueólogos que trabajan cerca de la villa de Corrie en la costa de la isla escocesa de Arran en 1966 hicieron un descubrimiento sorprendente: una fulgurita fosilizada A juzgar por la edad y la naturaleza de la arenisca circundante, el rayo que creó el fósil cayó hace unos 250 millones de años al final del periodo Pérmico. Pensamos que nuestro planeta ha cambiado mucho desde la era antigua, antes de que los dinosaurios aparecieran, pero los procesos físicos fundamentales que impulsan el ciclo hidrológico, incluyendo los rayos, obviamente no.

El fósil de fulgurita de la villa de Corrie se formaría cuando un rayo cayó  sobre la cresta de una duna de arena, vitrificando y vaciándola en un tubo de vidrio de longitud y profundidad desconocida. ¿Desiertos en Escocia? Hace 250 millones de años, lo que conocemos como las islas británicas era parte de Pangea, un enorme supercontinente con vastas regiones desérticas en su interior.

Las fulguritas más fáciles de encontrar y recuperar son aquellas que se han formado recientemente y han perdido la estructura de la sal. La cambiante arena hace que las fulguritas puedan ser fácil de ver y relativamente sencillas de recoger.

La expansión de la actividad humana en las regiones que antes estaban desoladas como el Sahara, el desierto de Gobi o el interior de Australia, ha ayudado ha hacer a las fulguritas más conocidas entre los coleccionistas que lo tienen más fácil para conseguirlas, y a la vez, más baratas.

Actualmente, el brillante y cristalino interior de muchas fulguritas es llamado lechatelierita. En algunos casos, el tubo puede estar completamente relleno de cristal. La gente ha trabajado con lechatelierita desde tiempos prehistóricos y hay ejemplos bastante bellos como se muestra claramente en la foto.

Es posible que las sociedades antiguas encontraran un conexión entre el rayo, la arena, y el cristal del interior de las fulguritas; entonces se fundió artificialmente la arena para crear el primer cristal.

Fulgurita artificial

A principios de mayo del 2006, algo llamó la atención de un peatón que seguía su camino por la acera de cemento en la esquina de Colfax y la 24ª en Minneapolis, Minnesota. De acuerdo con el descubrimiento, “La grieta era de unos 3 metros de largo y estaba dividida en 5 segmentos, cada uno de 2 centímetros de profundidad…en un examen más preciso, encontró en los bordes de la grieta algo completamente incrustado con cristal negro, algo que se podía coger fácilmente.”

Aunque las características de la grieta tienen mucho en común con las de las fulguritas clásicas, la estructura horizontal de esta y su localización justo debajo de las líneas eléctricas apuntan más prosaico, aunque eso sí, con el mismo origen eléctrico.

Las caídas de las líneas eléctricas son una cosa; crearlas artificialmente lanzando rayos es otra muy distinta. Eso es exactamente lo que hizo el artista Allan McCollum, pero no una, sino cientos de veces en el verano de 1997. Los resultados van desde tubos de vidrio delgados no más largo que una pajita hasta la madre de todas las fulguritas, un monstruo de 17 metros de profundidad que figura  en el libro Guinness de los records como el más largo del mundo.

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McCollum llevó a cabo sus experimentos con el Centro Internacional de Investigación y Prueba de Rayos de la Universidad de Florida en y su base de operaciones fue la base de la guardia nacional de Camp Blanding, cerca de Starke, Florida. En lo que se conoce como El Evento, los rayos son atraídos por pequeños cohetes que son lanzados  a 90m de altura en las nubes de tormenta – cada cohete tenía en la cola un hilo de cobre ultrafino que se mantuvo en tierra y que dirigió los rayos provocados.

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Además de los rayos, hay otro par de maneras de crear cristal de la arena. Ambos métodos implican la aplicación de una fuerza extrema resultado de temperaturas excepcionalmente altas. El primero es el impacto de un meteorito, como el que creó el cráter Kebira en la frontera entre Libia y Egipto hace 30 millones de años. Un gran área fue expuesta a la arena fundida, que al enfriarse tomó un color verde amarillento. El llamado cristal libio del desierto fue apreciado por los antiguos egipcios, y una pieza trabajada y dispuesta en el centro de este peto ornamentado diseñado para el faraón Tut. El vidrio también puede ser creado por la tierra o al nivel del suelo por las explosiones atómicas. La primera explosión atómica tomó lugar el 16 de Julio de 1945 en la prueba de White Sands cerca de Alamogordo, en Nuevo México. Conocida como “Trinidad”, la prueba de 20 kilotones dejó una gran área en la zona cero cubierta con cristales verdes. Apodado “trinitita”, el cristal era (y aún es) ligeramente radiactivo y es muy codiciado por coleccionistas y cazadores de recuerdos.

Uno de los últimas fulguritas la provocó un rayo que impactó en 1998 sobre las tierras de labor de Torre de Moncorvo (Portugal), muy cerca de la frontera con Salamanca, dio lugar a una fulgurita de un tamaño excepcional. “Normalmente, en suelos graníticos como este, son centimétricas, pero la fulgurita de Torre Moncorvo tiene una estructura dendrítica de unos 2 metros de profundidad con un diámetro de 75 centímetros y 3 ramificaciones horizontales de hasta 7 metros de longitud y 60 centímetros de diámetro, que incluyen otras ramificaciones menores”, indica Rafael Lozano, investigador del IGME.

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