Garavito, el monstruo que asesinó a 172 niños.

Uno de los asesinos en serie más prolíficos del mundo y que aún sigue vivo.

“Personalmente pienso como decía el apóstol San Pablo en ‘Romanos’, capítulo 7, versículo 15, porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. Aparezco como un ser diabólico, despiadado y malvado pero eso no es así, soy un ser humano que sufrí terriblemente y sigo sufriendo…” Luis Alfredo Garavito en su confesión.

Luis Alfredo Garavito Cubillos nació en Génova, Quindío (Colombia), el 25 de enero de 1957. Es el mayor de siete hermanos y durante su infancia vivió la falta de afecto y el maltrato físico por parte de su padre. Según su testimonio fue víctima de abusos sexuales por dos vecinos.

Se convirtió en un chico retraído, taciturno, profundamente infeliz, que tenía explosiones violentas. Vivía en Génova, un pueblo de praderas verdes y cafetales, en el departamento del Quindío en Colombia. Estudió hasta quinto grado de primaria y un día se marchó. Nada se sabe de su familia, tan sólo de un primo que le facilitó una buena coartada en alguna ocasión

Tuvo varios trabajos, generalmente en almacenes como vendedor. Hasta principios de los noventa intentó llevar una vida normal. Pero ya era alcohólico y tenía accesos de ira que le movían a golpear a sus compañeros y a enfrentarse con sus jefes.

Cuando rondaba los treinta y cinco años, decidió someterse a tratamiento psiquiátrico en el Seguro Social. Lo recibió durante cinco años y si bien no le ayudó a corregirse, el certificado médico de tratamiento le sirvió varias veces para impedir que le despidieran por violento.

Cada día su comportamiento era menos sociable y le resultaba imposible mantener un empleo formal. A mediados de los noventa comenzó a recorrer el país como vendedor ambulante. Vendía estampas religiosas con la imagen del Papa Juan Pablo II y del Niño del 20 de Julio, uno de los más venerados en Colombia.

En esos años dejó un reguero de telegramas a sus mujeres y a algunos amigos. Eran mensajes cortos, sobre la fecha en que llegaría a algún sitio o indicando que se encontraba bien. De vez en cuando volvía a su casa. Con las dos mujeres con las que convivió mantenía una relación compleja, como marido y protector, pero nunca como amante.

A Garavito le gustaban los niños y era muy cariñoso con ellos. Pero al alcoholizarse su violencia afloraba y se convertía en un monstruo. Golpeaba a las dos mujeres con las que convivió en diferentes momentos, pero, curiosamente, nunca le pegó a los dos hijos que cada una de ellas tenía, y que eran fruto de otras relaciones.

 

Sobre eso, Garavito alguna vez escribió:

“Siempre desde niño tuve muchas frustraciones, todo me salía mal, yo fui un hombre bueno, sufría y me daba mucho dolor cuando los demás sufrían. Había algo que me acontecía, no sé, que repasaba era algo extraño que me obligaba a ser esto y embriagarme y cuando volvía a mi estado normal yo sufría terriblemente porque yo a nadie le podía contar qué era lo que me pasaba, que era algo extraño y terrible; mas nunca me metí con los hijos de mis amigos y de la gente que era buena conmigo, yo los respetaba, antes los aconsejaba al bien, los veía como si fueran mis propios hijos, mas la señora que compartió el techo conmigo al hijo de ella yo lo quería como si fuese un hijo mío, nunca lo irrespeté ni con mi pensamiento”.

Llegó a recorrer cinco veces todo el país, viajaba sin rumbo fijo. Visitó sesenta y nueve municipios, en treinta y tres de los cuáles cometería sus crímenes. Llegó a inventar dos Fundaciones, una para ancianos y otra para menores, que le permitían dar charlas en escuelas y en otros lugares en donde podía estar cerca de niños.

También empezó su afición por los disfraces. En repetidas ocasiones se hizo pasar por vendedor ambulante, monje, indigente, discapacitado y representante de fundaciones ficticias en favor de niños y ancianos. Usaba además sobrenombres y alias; era conocido como “Alfredo Salazar”, “El Loco”, “Tribilín”, “Conflicto” y “El Cura”. A lo largo de su vida, el aspecto físico de Garavito fue siempre cambiante.

En 1992 inició su carrera criminal. Su modus operandi era siempre el mismo. Primero recorría el lugar e identificaba su objetivo. Escogía campesinos, escolares, trabajadores. Le gustaba que fueran agradables físicamente. Garavito abordaba a los niños que llamaban su atención en parques infantiles, canchas deportivas, terminales de autobuses, mercados y barrios marginales.

Sus objetivos eran chicos de entre seis y dieciséis años, de bajo nivel socioeconómico. Tras entablar conversación con ellos, les ofrecía dinero y los invitaba a caminar. Cuando los niños se cansaban, Garavito se bebía una botella de alguna bebida alcohólica, casi siempre brandy, y una vez alcoholizado, atacaba a los niños en sitios despoblados.

Primero los amarraba; una vez hecho esto, se dedicaba a golpearlos: les pateaba el estómago, el pecho, la espalda y la cara; les rompía las manos a pisotones; les daba puñetazos en los riñones; y les saltaba encima para romperles las costillas. Luego sacaba un cuchillo y un desatornillador, y los mutilaba. Amputaba dedos y manos, sacaba ojos, cercenaba orejas. A otros, además, los violaba. Una vez terminado el tratamiento, los degollaba con un cuchillo.

Luego sacaba una libreta y anotaba: fecha, lugar y rayitas; una raya por cada niño muerto. En su casa, que ya sólo utilizaba de guarida, escondía los recortes de periódicos que hablaban de los niños que desaparecían, las pesquisas policiales que nunca lograban desvelar lo ocurrido y el drama de las familias. También un calendario de pared o almanaque, donde iba señalando las fechas de sus crímenes.

Garavito fue sumando cadáveres. Tan sólo en 1997, la policía encontró treinta y seis cadáveres putrefactos de niños en las afueras de la ciudad de Pereira. Sólo en ese momento se abrió una investigación. Las explicaciones policiales indicaban varias líneas: sectas satánicas, tráfico de órganos y prostitución infantil. Unas de sus víctimas fueron los gemelos Tascón, a quienes torturó, violó y asesinó juntos, de la misma manera.

El 23 de junio de 1998 aparecieron tres cadáveres más en Génova. Durante la investigación y por casualidad, se supo que en otra zona del país se había enviado una orden de captura contra Luis Alfredo Garavito Cubillos, por la violación y muerte de un niño a quién le había cortado la cabeza y cercenado el pene, que luego introdujo en la boca del cadáver.

Meses después, se descubrieron doce osamentas de niños a las afueras de Villavicencio; uno de ellos había sido decapitado. Días más tarde se encontraron nuevos cuerpos: pertenecían a nueve niños, de edades comprendidas entre los siete y los dieciséis años.

El 22 de abril de 1999, en la plaza Centauros de Villavicencio, Garavito se dirigió a un chico llamado John Iván. Cuando estuvo cerca de él, le mostró un cuchillo, obligándolo a subir con él a un taxi. Siguiendo sus órdenes, el niño hizo el trayecto en el taxi en completo silencio, hasta llegar a las afueras de la ciudad. Se apearon en un lugar despoblado y solitario.

Garavito llevó al niño detrás de una alambrada; obligó a John Iván a quitarse la ropa, lo ató y lo hizo caminar hasta que el cansancio no le permitió continuar. Entonces intentó violarlo, pero en ese momento se le desató el nudo del pañuelo que cubría su boca y comenzó a gritar. Otro niño que escucho los gritos de John Iván se acercó para ayudarlo. Garavito, al ser descubierto, desató a John Iván para ir a esconderse en el bosque, pero esté consiguió escapar. Los dos niños corrieron y consiguieron huir. Otro niño que consiguió salvarse después de ser agredido sexualmente por Garavito fue Brand Fernery Bernal. Los testimonios de John Iván y de Brand Fernery serían claves para la condena de Garavito.

El 24 de junio de 1998, los cuerpos de tres niños de nueve, doce y trece años fueron hallados sin vida en la finca La Merced, en Génova (Quindío), con evidentes signos de tortura y desmembración de las extremidades. Los menores fueron vistos por última vez cinco días antes en el parque central del municipio, en compañía de un adulto, quien al parecer les ofreció dinero para que lo ayudaran a buscar una res en las fincas cercanas a Génova.

Este caso inició una alarmante ola de desapariciones de niños en más de once departamentos de Colombia. A raíz de ello, se creó una Comisión Especial de Investigadores de la Fiscalía General de la Nación.

En un comienzo se orientó la investigación hacia la prostitución infantil, el satanismo, el tráfico de órganos y la pedofilia.

.

Con base en un cruce de información entre la policía de Tunja, Armenia y Pereira, se logró establecer que los casos de desaparición de menores en esas ciudades guardaban similitud, ante lo que se conformó un álbum con fotografías de veinticinco posibles sospechosos.

Asesinatos similares ocurrieron en los departamentos del Meta, Cundinamarca, Antioquia, Quindío, Caldas, Valle del Cauca, Huila, Cauca, Caquetá y Nariño. En julio de 1999 se celebró una reunión cumbre en Pereira, con todos los investigadores, fiscales y equipos científicos comprometidos con cada uno de los casos. En la mayoría de las escenas de los crímenes de niños se hallaron elementos comunes: fibras sintéticas de ataduras, bolsas plásticas, botellas y tapas de bebidas alcohólicas.

El hallazgo de las osamentas, en su mayoría completamente deterioradas y fragmentadas, complicó las labores de identificación de las víctimas y exigió un cotejo genético que proporcionara resultados exactos. En ocasiones, sólo se encontraban un fémur, un cráneo, o huesos mezclados pertenecientes a distintos cuerpos humanos en el lugar donde Garavito enterró a sus víctimas.

La primera tarea del entonces recién creado Laboratorio de Genética Forense de la Fiscalía General de la Nación, fue la de realizar un estudio de identificación especializada, con base en muestras de sangre y restos óseos, de las supuestas víctimas de Luis Alfredo Garavito. El Laboratorio inició sus labores en 1999, precisamente a raíz del caso Garavito. Gracias al cotejo genético se logró la identificación de algunas víctimas: Juan David Marín Vélez, su hermano Jeison David Vélez, Carlos Andrés Zapata Giraldo, Jairo Andrés Marulanda, Oscar Adrián Grisales y Jonnatan Quirama Uchima

Otros noventa y tres niños han sido identificados por el Instituto de Medicina Legal y Ciencias Forenses, mientras que ochenta y dos cuerpos permanecen como “No identificados”.

Mediante el cruce de información entre los diferentes equipos investigativos, se estableció que una de las fotografías del álbum con el nombre de Bonifacio Morera Lizcano correspondía a Luis Alfredo Garavito Cubillos,.

.

Mediante el cruce de información entre los diferentes equipos policiales, se estableció que una de las fotografías del álbum con el nombre de “Bonifacio Morera Lizcano” correspondía en realidad a Luis Alfredo Garavito Cubillos, persona sobre quien pesaba una orden de captura de la Fiscalía 17 Especializada de Tunja por el homicidio de un niño de 12 años de edad.

El 22 de abril de 1999, miembros del Cuerpo Técnico de Investigación de la Fiscalía capturaron in fraganti a Garavito en Villavicencio, en los momentos en que intentaba agredir sexualmente a un menor.

Pese a que Garavito dio un nombre falso, la policía lo identificó gracias a sus huellas digitales. Lo interrogaron durante horas; cuando se vio acorralado por el fiscal que le interrogaba, Luis Alfredo Garavito cayó de rodillas, soltó el llanto, pidió perdón por lo que había hecho y dijo que iba a confesar.

Sacó su pequeña libreta negra y detalló, uno a uno, todos sus crímenes. Por ejemplo, el ocho de junio de 1996, en Tunja, había una raya. Esa anotación correspondía a Ronald Delgado Quintero, una de sus víctimas.

La libreta ayudaba a Garavito a recordar a los muertos; era el recuento de sus andanzas. Cuatro de los asesinatos los había cometido en Ecuador.

Confesó ser el responsable no sólo de la muerte del menor hallado en Tunja, sino también de los tres niños de Génova y lo peor: de otros 172 crímenes cometidos contra niños y adolescentes en once departamentos del país y en el extranjero, entre 1992 y 1998. Garavito se convertía así en el segundo asesino en serie más prolífico de la historia contemporánea.

Sobre uno de sus crímenes declaró:

“Yo no veía la forma de yo salirme de esto tan terrible, es algo que yo no sé explicar, mas nunca pensé hacerle daño a Ronald Delgado Quintero; lamentablemente se apareció cuando yo estaba bajo ese estado; y a las circunstancias como lo maté me vengo a enterar cómo fue que quedó el cuerpo”.

Garavito fue juzgado por 172 asesinatos. Era la primera vez que un asesino en serie sudamericano acumulaba tantos cargos de homicidio. De todos ellos, Garavito recibió 138 fallos condenatorios; 32 casos quedaron pendientes, uno en apelación y uno esperando sentencia. La suma de las condenas era de 1.853 años y nueve días.

En una entrevista concedida al periodista Guillermo Prieto Larrotta “Pirry” y transmitida por el canal Colombiano RCN el 11 de junio de 2006, Garavito negó haber violado a sus víctimas; en este mismo trabajo periodístico dicho asesino aseguraba que había cometido los crímenes por supuestas órdenes del diablo. Anunciaba además que había sido ordenado Pastor de la Iglesia Pentecostal Unida de Colombia (Iglesia Unitaria) y que aspiraba, algún día, a tener una curul en el Congreso de Colombia… ¡para defender los derechos de los niños!

La pena máxima en Colombia es de 60 años, y por colaborar en la recuperación de los cuerpos y por buena conducta le disminuirían la condena a 12-16 años.

A raíz de este caso, se adelantó una propuesta para convocar a un referendo de enmienda a la constitución colombiana para permitir la instauración de la cadena perpetua para violadores, secuestradores e infanticidas. Garavito estuvo a punto de ser puesto en libertad en 2010, pero la presión de la opinión pública a raíz de la entrevista que le hizo “Pirry” logró que se abriera un nuevo proceso por otro crimen, lo que dio como resultado una condena de veintitrés años más. Al saberlo, Garavito intentó suicidarse golpeándose la cabeza contra las rejas de su celda.

En la actualidad Garavito está recluido en el Penal de Máxima Seguridad de Valledupar, en el norte de Colombia, una de las cárceles más seguras del país. Dado que es un infanticida, se encuentra aislado de la población carcelaria y goza de atenciones especiales, entre ellas el derecho a utilizar el teléfono hasta por cuatro horas, siendo que los demás reos sólo pueden hacerlo veinte minutos. Esto lo ha logrado manipulando a la administración del penal con sus repetidos intentos de suicidio.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *