Heracles y la hidra Lernalean

La hidra de Lerna

La unión de Tifón, un terrorífico gigante de cien cabezas,  y su novia, Equidna con cuerpo de serpiente, produjeron a los monstruos más horripilantes de la antigua Grecia.

 

Entre ellos se encontraba la quimera, una monstruosidad con cabeza de león; y el dragón Ladon, feroz protector del jardín de las Hespérides y sus doradas manzanas. También estaban ortos, un temible perro cazador con dos cabezas; y su hermano incluso más horrible, el diabólico perro cazador Cerberus con tres cabezas. <pero ninguno era más horrorífico que la hidra, el miembro más temido de esta vil prole.

No era nada soprendente pues que el audaz héroe Heracles se encontrara algo inquieto al lado de la vasta, fría y húmeda cueva de Lerna que daba cobijo a esta monstruosa criatura. Como segunda de sus 12 grandes tareas, el rey Eurystheus le había enviado a este atormentado distrito de Argolis, en el sur de Grecia, con la orden de que liberara a Lerna dando muerte a la hidra. Esta odiosa criatura estaba matando felizmente a la población del distrito y arruinando sus campos, transformándolos en un lúgubre páramo de pantanos.

Ayudado por su sobrino Iolaus, Heracles encendió una serie de antorchas, que había creado a partir de manojos de hierba, y los lanzó a la sombría guarida de la hidra para así expulsar a su hediondo ocupante. Grandes nubes de fétido humo salían de la boca de la cueva, y en el mismo corazón de esta masa de humos algo se retorció y rugió.

Los dos hombres retrocedieron, tosiendo y secándose los ojos llorosos; y cuando miraron hacia atrás, contemplaron una imagen tan horrible que incluso la ardiente sangre en las venas de Heracles se volvió fría. El humo acre se había disipado, dejando ver una extensa masa abotagada de carne palpitante, escandalosamente corpulenta y de un tono pálido enfermizo.

De manera superficial, se parecía a un grotesco pulpo o calamar, pues por encima de este obeso saco corporal se retorcía una masa agitada de apéndices con forma de tentáculos – pero ahí acababa súbitamente cualquier otro parecido. Pues según Heracles e Iolaus podían ver con total claridad, estos “tentáculos” eran, de hecho, nueve poderosos cuellos, y cada uno de los cuellos terminaba en una maligna cabeza con cuernos, la cabeza de un dragón. Así, éste era el truculento adversario de Heracles – la hidra Lernaean. Cuando sus cabezas descubrieron a Heracles, emitieron un silbido ensordecedor de furia silbante que pito en sus oídos como los gritos de mil fantasmas, y cada una atacó con la intención de agarrar a este humano enclenque y vanaglorioso con sus fauces aplastadoras de huesos.

impertérrito, Heracles alzó su poderosa porra y la balanceó hacia abajo con terrible fuerza, golpeando una masa sin forma del cráneo de la cabeza más cercana de entre las nueve existentes; pero, horrorizado, la cabeza no murió. Al contrario, su cráneo aplastado se expandió velozmente, se agrandó y se partió en dos, y cada una de las dos mitades se transformó inmediatamente en una cabeza.

A partir de una sola versión original, que Heracles había hecho añicos con su porra ¡se habían regenerado dos nuevas cabezas de forma instantánea!.

Pronto, la hidra poseería tal cantidad de cabezas que ciertamente anularía incluso la incomparable destreza de aniquilar monstruos del héroe griego más exaltado, a menos que pudiera idear un método para impedir que las cabezas se duplicaran. Mirando las ardientes gavillas de haz que había utilizado para atraer la bestia fuera de su cavernoso retiro, Heracles vio de repente una respuesta a su dilema, y rápidamente puso a Iolaus a trabajar, preparando un conjunto nuevo de antorchas llameantes.

Pero otra de las cabezas de la hidra se balanceó hacia abajo, con las fauces completamente abiertas en un intento de agarrar a Heracles con sus venosos colmillos, y una vez más machaco su cráneo con un único golpe aplastante de su sangreinta porra. Pero antes de que empezara a dividirse en dos nuevas cabezas, Iolaus le pasó una tea encendida que clavó en la sangrienta carne del cráneo original machacado. Las llamas incineraron su carne, lo que significaba que ya no podría volver a duplicarse – Heracles había descubierto el secreto para destruir a la hidra.

A partir de ese momento, la batalla se volvió cada vez más unilateral. Por fin, sólo quedó una cabeza. únicamente ésta era inmune a la infernal ráfaga de fuego, pero no a la despiadada estocada que recibió de la afilada espada de Heracles, que la decapitó.

El neodragón más terrible ya no existía, y no volvería a existir – ni siquiera Tifón y Equidna podrían engendrarlo una segunda vez.

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